La verdadera historia de Florence Foster Jenkins: la peor cantante de la historia
Hija de un acaudalado abogado, Florence Foster nació en Pensilvania el 19 de julio de 1868; creció como hija única ya que su hermana menor falleció a muy temprana edad. Durante sus primeros años de vida, Florence era conocida como “Little Miss Foster”, tocaba el piano e inclusive llegó a interpretar una pieza en la Casa Blanca para Rutherford Hayes, por entonces el presidente de Estados Unidos.
Desde muy temprana edad, la joven Jenkins recibió clases de música y canto. No tardó mucho en expresarle a sus padres su deseo de continuar sus clases de interpretación, enfocadas de una manera más profesional, aunque su padre, sabiendo de las cualidades musicales de su hija, rehusó el deseo de Florence y le prohibió continuar con sus estudios de música.
Y es que cuando alguien está convencido de poseer una cualidad, cualquiera le lleva la contraria. El caso es que Florence Foster Jenkins, hubiera tenido futuro en infinidad de campos, pero lo que es en música, hubiera sido no sólo arriesgado sino incluso temerario, el apostar por este ángel de sonido irrisorio.
Lejos de abandonar su sueño de ser una estrella de la canción, Florence decidió fugarse a Filadelfia junto al que después sería su marido (1885), el médico Frank Thorton Jenkins, quien, si no confiaba en el futuro musical de su joven amante, si sabía muy bien como disimular el tremendo sonido que su voz emitía al cantar.
Sin embargo, el matrimonio con el doctor Jenkins solamente le trajo desdicha a su vida: a los pocos meses de haberse casado, Florence se percata de que su marido le había contagiado sífilis. La relación terminó, pero el matrimonio finalizó definitivamente recién en 1902.
Parecía que su destino estaba signado por la desgracia: además de su enfermedad venérea, Florence sufrió una herida en el brazo, lo que le impidió continuar como profesora de piano, profesión con la que se ganaba la vida durante su estancia en Filadelfia.
Florence sentía impetuosamente un deseo enorme por devorar los escenarios. No importaba lo que le decían sus padres, ni su marido ni sus amigos. Para ella, su voz era débil pero única, y tarde o temprano, si continuaba persiguiendo su sueño de ser una gran cantante de ópera, lo conseguiría.
Fue al mudarse a Nueva York cuando comenzó a nacer el mito. Allí Florence decidió que quería ser cantante, y tras la muerte de su padre en 1909 recibe una gran fortuna como herencia, por lo que su sueño de cantar ópera comienza a tomar forma. Mientras recibía clases de canto, se insertaba en los círculos musicales de Nueva York y hasta llegó a crear su propio recinto musical: The Verdi Club, una organización dedicada por entero a promocionar y difundir nuevos talentos americanos por el mundo.
Su primer recital lo brindó en 1912 con la anuencia de St. Clair Bayfield, actor británico que se convirtió primero en su manager, y luego en su marido. Mucho se habló de la supuesta homosexualidad de Bayfield, por lo que se creyó que era un matrimonio por conveniencia. Florence declaró acerca de su debut como cantante: «El mundo oyó mi voz el mismo año que se hundió el Titanic», aunque aún no se ha podido demostrar relación entre ambos incidentes.
Acompañada por el pianista Cosmé McMoon, no dejaba de poner caras raras y divertidas en las salidas de tono de Jenkins, que prácticamente, eran en todas las frases que cantaba. De este modo, el pianista se pasaba el recital intentando corregir con el piano los desafines y con sus cómicas caras distraer a un público, que lloraba de risa. Florence siempre se defendió de las carcajadas desde un convencimiento que provenían de las más sucia y vil envidia de colegas de profesión que se colaban entre los espectadores. Ofrecía al público un espectáculo de proporciones bizarras descomunales: a su carencia absoluta de ritmo, fraseo, afinación y técnica totalmente inexistente, le sumaba un extravagante vestuario –diseñado por ella misma–. Cabe destacar que, aunque el público se ahogaba en risas durante sus presentaciones, cada espectáculo terminaba con aplausos por parte de todos los espectadores, e inclusive llegó a compararse con figuras de la talla de Frieda Hempel o Luisa Tetrazzini.
Poco a poco, a medida que pasaban los meses y la Primera Guerra Mundial, Florence continuó su labor organizando actuaciones benéficas y recaudando fondos para ellas. Al ser la propia Jenkins la que organizaba las galas, ella se incluía en el cartel considerando que tenía todo el derecho del mundo para hacerlo. Lo que en un principio consistió en algunas galas benéficas donde prácticamente ella pagaba por participar en ellas, se estaba convirtiendo en un fenómeno musical que revolucionaría la concepción de la Ópera, o mejor dicho, de los cantantes de Ópera de principios del siglo pasado. Con el paso de los años, Florence encontró su sitio en Manhattan. En cierto modo, la gente que la conocía no intentaba cuestionar sus cualidades musicales. Florence estaba más que segura de su talento y ante esa obsesión, la razón pasa a ser un segundo elemento de no tan importancia. Lo cierto es que Florence brindaba recitales en el hotel Ritz-Carlton, e “interpretaba” arias de ópera cuya ejecución requería sortear una dificultad abismal.
En 1928, Florence tuvo que afrontar la muerte de su madre, y único familiar que le quedaba vivo. Esta noticia, en vez de paliar su deseo de continuar con su difícil carrera, le dio la libertad que ella siempre deseó. A partir de este momento, su vida giraría por y para la Ópera.
El hecho de que Jenkins, sólo ofreciera recitales privados, hizo de su figura algo enormemente deseado, y aunque alguien poseyera una entrada para un recital suyo, sin su visto bueno, nadie ocupaba una butaca en el teatro. Los primeros en caer a sus pies fueron la alta burguesía de Manhattan, aunque grandes músicos como Enrico Caruso, no se perdían la gran cita de la diva arrítmica. Además de ser un concierto privado, Florence exigía que cada espectador, pasara antes del recital por su suite del Hotel Seymur. Una vez allí, la propia Jenkins, advertía que sus entradas, eran tan sólo para la gente que realmente amara a la música. Si superabas la prueba de conseguir una entrada y posteriormente el visto bueno de Jenkins, estaba garantizado un buen rato de diversión y carcajada, sonido habitual del público de Florence.
En 1943, Florence sufre un tremendo accidente en el taxi en el que viajaba. Su público y ella misma temieron que nunca volvería a cantar sobre un escenario, mientras se recuperaba y volvía a realizar ejercicios de canto, se dio cuenta que su voz podía alcanzar un tono todavía más alto. Lejos de denunciar al taxista, Florence le obsequió con una caja de puros habanos.
En su recital anual en el Ritz Carlton, su personaje, vestido de blanco y con unas alas de ángel a la espalda, consiguió conquistar a Nueva York desde Brooklyn hasta Manhattan. Era el acontecimiento musical anual más esperado, donde asistían 800 invitados, se necesitaba la intervención de la policía para lograr mantener el orden. Miles de personas se agolpaban en las puertas del Ritz, mientras que algunos aprovechaban la reventa, logrando hasta diez o veinte dólares por cada entrada, cuando la propia Jenkins la vendía a dos dólares y medio. Era un fenómeno en todo su esplendor.
Tras años y años de demanda popular, a los 76 años, el 25 de octubre de 1944, cumplió el sueño de su vida: actuar en el mismísimo Carnegie Hall en Nueva York. Para ese gran día, Florence preparó un repertorio impresionante. Sabía que podía ganarse a todo el mundo, y no puso límites a la hora de elegir que entonar. Comenzó cantando la Belle Song, y los críticos le pitaban y gritaban cantidad de barbaridades. Sólo las carcajadas de los demás asistentes pudieron silenciar las delicias, que los expertos le aullaban.
Tras interpretar Belle Song y Carmen, Florence ataviada con su traje de alas blancas entonó la canción Clavelitos, momento en el que la risa del público no permitía distinguir entre la voz de Florence y el de las féminas que asistían.
Las entradas se agotaron enseguida, y por primera vez asistieron críticos que nunca la habían visto cantar en vivo. El resultado de la crítica fue nefasto, masacrándola en los diarios al día siguiente.
Tan solo una semana después, con 76 años, Florence falleció en la suite del hotel Seymor Manhhatan. La leyenda sostiene que a pesar de que el público la despidió con aplausos y vítores, Florence no pudo soportar las malas reseñas de su actuación en el Carnegie Hall, y esto la afectó tanto que le terminó ocasionando la muerte tan solo una semana después de haberse subido al escenario del teatro neoyorquino más prestigioso.
Lo cierto es que la verdadera causa de su muerte fue la sífilis: en ese entonces se creía que la enfermedad se debía combatir con la ingesta de mercurio y arsénico, lo que terminaba empeorando la condición médica. El tratamiento con penicilina no se descubriría hasta años después.
Florence Foster Jenkins murió sola. Al no tener ningún descendiente ni familiar, el consejo de The Verdi Club fue el único beneficiado de la herencia de Jenkins, quien, a pesar de no recorrer el mundo de teatro en teatro, grabó y editó varios discos.
Incluso con su nulo talento para el canto, Florence logró llenar cada recinto donde se presentaba y con el favor del público, a pesar de que los espectadores se reían, realmente disfrutaban de la performance de Florence. Quizás esto se debía a que en cada una de sus actuaciones transmitía el entusiasmo y el amor verdadero por la música:
“Algunos dirán que yo no podía cantar, pero nadie podrá decir que no canté.”
El periódico World Telegram publicó el siguiente obituario tras su muerte: ‘Era sumamente feliz en su trabajo. Es una pena que tan pocos artistas lo sean. La alegría se transmitía como por arte de magia a los que la escuchaban.’·
Discografía.
Jenkins grabó nueve arias en cinco discos de 78-rpm, que fueron más tarde reorganizadas en tres CD.
- The Muse Surmounted: Florence Foster Jenkins and Eleven of Her Rivals (Homophone Records), contiene solo una de las actuaciones de Jenkins, «Valse Caressante», para voz, flauta y piano, pero incluye una entrevista con el compositor, su acompañante Cosmé McMoon.
- The Glory of the Human Voice (RCA Victor), contiene las otras 8 arias, todas acompañadas por McMoon.
- Murder on the High C’s (Naxos), contiene sus 9 arias más actuaciones de otros, pero carece de la entrevista con McMoon. Un fragmento, particularmente atroz.
Video histórico de Florence Foster Jenkins.
Películas basadas en su vida.
Título original:
Florence Foster Jenkins
Año¨: 2016 Duración: 110 min.
País: Reino Unido Reino Unido
Dirección: Stephen Frears
Guion: Nicholas Martin
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Danny Cohen
Reparto: Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg, Nina Arianda, Rebecca Ferguson, Neve Gachev, Dilyana Bouklieva, John Kavanagh, Jorge Leon Martinez, Danny Mahoney, Paola Dionisotti, David Menkin, Philip Rosch, Sid Phoenix
Productora: Qwerty Films, Pathé, BBC Films, Pathé Pictures International
Género: Comedia. Drama | Biográfico. Ópera
Sinopsis: Narra la historia real de Florence Foster Jenkins, una mujer que, al heredar la fortuna de su padre, pudo cumplir su sueño de estudiar para ser soprano. El problema era que carecía de talento, pero la gente acudía a sus recitales para comprobar si de verdad era tan mala cantante como decían los críticos. (FILMAFFINITY)
Premios:
2016: Premios Oscar: Nominada a mejor actriz (Meryl Streep) y vestuario
2016: Globos de Oro: Nominada a mejor película-comedia, actor, actriz y actor rep.
2016: Premios David di Donatello: Nominada a mejor film de la Unión Europea
2016: Premios BAFTA: Mejor maquillaje y peluquería. 4 nominaciones
2016: Critics Choice Awards: Mejor actriz – comedia (Meryl Streep). 3 nominaciones
2016: Premios del Cine Europeo: Nominada a mejor actor (Grant)
2016: Satellite Awards: 2 nominaciones incluyendo mejor actriz (Meryl Streep)
2016: Sindicato de Actores (SAG): Nomin. a mejor actriz (Streep) y actor sec. (Grant)
Críticas
«‘Florence Foster Jenkins’ se levanta sobre un gran golpe de efecto en su casting, que asocia la excelencia (la Streep) a su contrario (la Jenkins) (…) Hugh Grant aporta un muy complejo y matizado patetismo a su encarnación de St Clair Bayfield»
Javier Ocaña: Diario El País
«El relato es pequeño y su atractivo principal reside en la fuerza de sus intérpretes (…) No es de lo mejor de Stephen Frears pero resulta un estimulante entretenimiento (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)»
Alberto Bermejo: Diario El Mundo
«Frears adopta un enfoque sentimental y vocacionalmente liviano que sortea asuntos espinosos y evita reflexiones críticas. (…) la prioridad es celebrar a aquellos con el coraje necesario para perseguir sus sueños (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)»
Nando Salvá: Diario El Periódico
«Hay que ser Stephen Frears para contar una historia real tan cómica sin arruinarla con el típico cóctel de ego y pretensiones (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)»
Federico Marín Bellón: Diario ABC
«Tal vez sea la sostenida apuesta por las tonalidades tenues y la renuncia a cargar las tintas (…) lo que convierte obras tan jugosas como esta en artefactos de limitado impacto comercial (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)»
Antonio Trashorras: Fotogramas
«‘Florence Foster Jenkins’ es una película modesta y agradable, pero que al final parece más pequeña que su tema, un retrato muy convencional de una mujer muy poco convencional.»
Stephen Dalton: The Hollywood Reporter
«No hay notas falsas en esta película: Frears sigue estando totalmente seguro dentro de la gama emocional que ha elegido. (…) Puntuación: ★★★ (sobre 5)» Peter Bradshaw: The Guardian.