EL ENIGMA DE LA MEZQUITA

Capítulo 1: El descubrimiento

Pedro, el guardia de seguridad de la Santa Iglesia Catedral de Córdoba, conocida popularmente como la Mezquita, no podía creer lo que veían sus ojos. El sol apenas asomaba por el horizonte cuando encontró el cuerpo flotando boca abajo en la fuente del Patio de los Naranjos. Era un monje, vestido con una túnica raída y un rostro demacrado. Pedro no había abandonado su puesto de trabajo, excepto para ir al baño. ¿Cómo podía haber ocurrido algo así? Normalmente las noches eran muy tranquilas; el cielo estaba totalmente despejado y la luna iluminaba el patio, además de las pequeñas farolas dispuestas alrededor. Nunca sucedía nada extraordinario. Aunque el trabajo era de mucha responsabilidad debido a la importancia histórica del lugar y a los grandes tesoros que permanecían dentro guardados, en general, era tranquilo hasta aquella fatídica noche. ¿Cómo había podido suceder? Se le iba a caer el pelo, como se suele decir, si no fuera porque ya no tenía ni uno. Se pasó la mano por la calva mientras recapacitaba sobre lo sucedido. Juraría ante la biblia y ante quien fuera que él no se había movido salvo para ir al baño. ¿Cuánto podía haber tardado? Cinco minutos a lo sumo. Había tenido que ser muy rápido y ágil. Además, otra cuestión a tener en cuenta era: ¿por dónde había entrado?

«Céntrate, Pedro. Lo primero de todo, avisa a la central y llama inmediatamente a la policía», se dijo a sí mismo.

Así lo hizo. Y tras hacerlo, se acercó para mirar un poco más de cerca el cadáver flotando. Parecía un monje. No lo tocó lo más mínimo, no quería contaminar la escena del crimen.

Decidió inspeccionar todas y cada una de las puertas. Estaban cerradas a cal y canto. Desde luego, él no era policía, pero sabía que aquello sería muy difícil de resolver. Era un marrón para él y para el inspector que llevase el caso.

«Bueno. Ese no es tu problema. Tu problema es salir inocente e invicto de esta situación».

Se sentía disgustado, herido en su orgullo, preocupado y defraudado consigo mismo.

Capítulo 2: La llamada.

El inspector de homicidios Rafael recibió la funesta llamada durante la madrugada. Estaba durmiendo sobre las sábanas blancas y con el aire acondicionado encendido; las noches eran insoportables debido al calor.

No podía terminar de creerse lo que le decían al otro lado del teléfono.

—Rafael, han encontrado un cadáver en el Patio de los Naranjos. Te toca ir a ti, cambio de turno.

—¡En el Patio de los Naranjos! ¿Estás seguro? —preguntó mientras se restregaba los ojos.

—Como has oído. Ve para allá directamente.

Rafael se vistió, realizó las abluciones mañaneras, no sin antes de marcharse tomarse un café solo preparado en la cafetera napolitana. Mientras se dirigía hacía allí, pensó en las repercusiones que tendría para la ciudad de Córdoba y, mirándolo de manera egoísta, las que tendría para él mismo. Daba por seguro que recibiría presiones por parte del comisario, que a su vez este recibiría las mismas presiones por el Cabildo de Córdoba para resolver el caso lo antes posible y cerrar el expediente. La Mezquita era un lugar sagrado, protegido e igual de importante para los creyentes y no creyentes. Un punto de encuentro intercultural, aunque últimamente parecían querer restar importancia cada vez más a la parte concerniente a Al-Ándalus. Un asesinato afectaría al turismo y a la comunidad.

Según se aproximaba al lugar acordonado y con vigilancia de policía nacional y local, se iba preparando mentalmente para lo peor, y no era por el extraño escenario del homicidio.

Lo primero que hizo al llegar fue buscar al guarda de seguridad y mantener una íntima conversación con él, a solas, sin interrupciones. No era un interrogatorio en sí mismo, era una amigable y curiosa conversación.

Aquello era un enigma complicado.

Tras hablar, ambos llegaron a la conclusión de que era difícil saber por dónde habían conseguido entrar y salir. Hasta que el inspector se percató de los antiguos pasadizos que habían estado estudiando y catalogando. Mientras se dirigían al lugar, pararon ipso facto a Rafael los compañeros de la científica para mostrarle un papiro que llevaba el monje sujeto por la mano derecha. Los caños de agua de la fuente habían sido cortados, y el silencio solo era interrumpido por el ruido provocado por ellos y por los primeros cantos de los pájaros, incluidos los mirlos.

—¿Es un pergamino? —preguntó con asombro al tiempo que lo cogía con sumo cuidado con las manos enguantadas.

Pedro miraba por encima del hombro del inspector, igual de sorprendido.

—Le prometo que no me había percatado de que tuviese nada en las manos —respondió excusándose.

Cada vez le parecía todo más enrevesado.

Capítulo 3: El padre y los contactos

Han transcurrido tres horas desde que Rafael llegó a la Mezquita. El juez acudió rápidamente; no podía permitirse el lujo de llegar tarde ni un solo minuto en este caso tan extraordinario. Realizó el levantamiento de cadáver y, tras realizar el informe preliminar la forense in situ, se trasladó el cuerpo al Instituto Anatómico Patológico Forense de Córdoba.

Rafael recibió una llamada de su padre, Carlos, un influyente abogado con un bufete prestigioso. Aunque estricto, amaba a su hijo y estaba dispuesto a ayudarlo.

—Me acabo de enterar de la noticia.

—Las noticias vuelan, más rápido que un halcón. ¿Quién te ha avisado?

—El obispo.

—Padre, no tengo tiempo de andarme con formalismos ni de lisonjear a nadie.

—¡Rafael! No te he educado para que me hables de semejante manera.

Rafael respiró profundamente antes de responder a su padre.

—Perdón. Tienes razón. ¿Para qué te ha llamado?

—Para obtener información. Se ha enterado de que eres mi hijo. Digamos que tengo compromisos laborales con el obispado.

—Entiendo.

—No seas condescendiente. ¿Sabes algo?

Rafael no pensaba darle más información que la aportada a la prensa. Al menos, no por ahora.

—Apenas nos ha dado tiempo a investigar. Se ha encontrado un cadáver con vestimentas de monje en la fuente, flotando boca abajo.

Rafael decidió guardarse la información sobre el pergamino.

—Por cierto, aquí ya hay representantes eclesiásticos. Por decirlo de algún modo.

—No me das mucha información, que digamos.

—Padre, sabes que no te puedo decir más por ahora.

Carlos sorprendió a su hijo con la siguiente pregunta.

—¿Y el papiro?

—¿¡Cómo sabes lo del papiro!?

Rafael miró en rededor y comprobó la cantidad de personas que había allí que no eran policías ni forenses. También contó el número de cámaras de seguridad. Buscó a Pedro con la mirada, seguía de pie debajo de uno de los naranjos.

—Padre. Tengo que colgar. Me requieren —aseveró Rafael.

—Está bien, hijo. Lo entiendo. Ánimo, cuenta conmigo si me necesitas.

Rafael sospechaba que iba a requerir de su ayuda y de sus contactos para resolver el caso o para no tener tanta presión sobre sus hombros.

Juntos investigaron los antecedentes del monje. No pertenecía a ninguna orden conocida. ¿Qué secreto ocultaba? ¿Por qué lo habían asesinado en la Mezquita?

Capítulo 4: El misterio

El monje no tenía identificación. ¿Quién era realmente? ¿Qué buscaba en la Mezquita? ¿Y por qué alguien lo había asesinado? El enigma se profundizaba, y Rafael sabía que debía descubrir la verdad antes de que la sombra del misterio cubriera la ciudad entera.

Rafael ya sabía por dónde había conseguido acceder al patio, y le había quedado cristalino que era alguien con contactos muy importantes y con acceso a toda la documentación de los estudios arqueológicos realizados recientemente en la Mezquita. Era un asesino contratado para evitar que el monje llegará más allá de lo establecido. Por lo tanto, había una probabilidad de que la orden hubiese sido dada por alguien de la misma hermandad o cercano a ella.

Sin embargo, durante el transcurso de la investigación no se obtuvo respuesta satisfactoria alguna con respecto a qué orden pertenecía. Seguía casi igual que al principio.

Las cámaras de seguridad perdieron la conexión durante diez minutos, el tiempo crucial para cometer el asesinato y salir del lugar. Lo que quiere decir que, cuando Pedro estaba descubriendo el cuerpo, el asesino estaba huyendo por los pasadizos, pero dejó atrás el pergamino que sujetaba el cadáver. Lo más probable es que tuviera que huir antes de ser descubierto por Pedro, que volvía a su posición inicial. También significaba que requería no ser muy corpulento y estar en forma para poder salir por el angosto pasadizo.

Capítulo 5: Las pistas

Cuando Rafael examinó el cuerpo del monje, no había signos de lucha, pero su expresión reflejaba terror. El antiguo pergamino que sujetaba con fuerza en la mano derecha tenía dibujadas inscripciones en árabe, según le informaron los compañeros de la científica. ¿Qué secreto guardaba ese manuscrito?

Capítulo 6: El pergamino

El pergamino revelaba coordenadas geográficas y un enigmático mensaje: «El camino hacia la verdad está oculto en los versos sagrados». Rafael se sumergió en la investigación. Los versos del Corán, las leyendas de Al-Ándalus y los misterios de la Mezquita se entrelazaban.

Continuaba sin dar con el culpable, no obstante, sabía que se acercaba cada vez más a la verdad. Cada vez corría más peligro, él y su familia.

—Padre, necesito que tengáis cuidado. No sabemos quién hay detrás, pero sí que es una organización muy poderosa. Andaos con cuidado, madre y tú.

Capítulo 7: El complot

Carlos, el padre de Rafael, decidió ayudar a su hijo de manera indirecta. Le debían favores ciertos cargos de la Iglesia, y ahora era el momento de cobrárselos. Pidió permiso para acudir a la biblioteca del obispado y tener acceso a determinados documentos no accesibles al personal no clérigo. Descubrió conexiones entre el monje y una sociedad secreta perteneciente a la iglesia, que se creía extinguida desde hacía más de doscientos años.

Tomó fotografías con el móvil con cautela para no ser descubierto y se las envió a su hijo antes de salir de allí, no quería arriesgarse a perderlas. Cuando se encaminaba a la puerta de salida, fue interceptado por uno de los sacerdotes, quien de manera gentil y mandataria le obligó a darle el móvil. Carlos alegó su derecho a no entregar el móvil ni nada suyo, puesto que él no tenía autoridad alguna para requisárselo.

—Tengo la autoridad de Dios. ¿Conoce usted otra autoridad mayor? —preguntó el sacerdote con ironía—. Usted está en su casa.

—He de decirle que su casa es la iglesia, y además, Dios está en todas partes.

—Si quiere, seguimos con los juegos dialécticos. Tengo todo el tiempo del mundo. Pero de aquí no sale con el móvil sin revisar.

Carlos cedió ante la amenaza y le borró las fotos recién realizadas. Salió como alma que lleva el diablo, con el corazón acelerado que parecía salirse del pecho, la tensión contenida en las punzadas de las sienes y los ojos vidriosos de miedo y rabia por lo que acababa de acontecer. Él estaba acostumbrado a la ley y a los tribunales, no a ese tipo de enfrentamientos.

Las fotos fueron recibidas y abiertas por su hijo, el cual ya estaba sobre aviso por su padre.

Al parecer, buscaban un tesoro ancestral que podría cambiar la historia. El Cabildo de Córdoba estaba más inquieto de lo normal; comenzaba a mover ficha en el tablero del poder jerárquico. Casualidades o no, el Papa iba a realizar una visita a Madrid, visita que no fue anunciada públicamente y de la que Rafael fue informado desde la jefatura de Madrid.

Capítulo 8: La revelación

Carlos ejercía bien su papel de abogado y sus excelentes relaciones sociales para proteger a su hijo y para permitirle trabajar con algo más de libertad. Rafael buscó una asesora externa experta en la historia de Córdoba y acudió a María Dolores Baena. Siguiendo las pistas dejadas, y tras realizar los estudios correspondientes, encontraron una cripta oculta bajo la Mezquita. Allí, hallaron símbolos antiguos con una significación importante y un altar que no veía la luz desde hacía demasiado tiempo. El tesoro estaba cerca, pero también lo estaba la muerte. El enigma cada vez estaba más próximo, tanto que parecía poder palparlo. La asesora se quedó ojiplática y con la boca abierta por tal descubrimiento. Era un sueño hecho realidad para alguien que amaba la historia.

Capítulo 9: El desenlace

Tras examinar todas las inscripciones, los tesoros, el altar y la antigua lengua escrita, Rafael pudo desentrañar por fin el enigma. El monje pertenecía a una orden secreta que protegía el tesoro con su vida misma, y así sucedió. El Cabildo tenía constancia y era sabedor de la existencia de dicha orden, pero debían de guardar silencio y evitar que encontraran el lugar, porque el mensaje encriptado en esa antigua lengua cambiaría el significado de la religión cristiana y, no menos importante, secretos que podrían cambiar la historia de Córdoba tal y como la conocemos. Rafael se enfrentó a su mayor desafío: salvar la verdad y su propia vida.

Y así, en los oscuros pasillos subterráneos de la Mezquita, se escribió un nuevo capítulo en la historia de la ciudad.

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