Salí a trotar por las calles de mi Córdoba, me encantaba hacerlo por la zona de la judería. Sin embargo, últimamente algo me empujaba a correr por una calle concreta, era estrecha, encalada y con escaleras, colindante a la que hace siglos había sido la «Casa del Médico» en época judía y al Museo Arqueológico.
Así es que, me dejé llevar y en mitad de la calle no vislumbra el final !qué extraño!, pensé. Continúe trotando, mis instintos afloraban. Y encontrándome a una altura determinada de mi recorrido, entré en una calle diferente, llena de edificios de piedra parecidos a los medievales o a las iglesias Fernandinas. Todas las fachadas juntas al unísono, daban a una plaza empedrada, uno de ellos topaba su hermosa fachada lateral, otros dos a través de sus frontales y otro por la fachada trasera. ¡No entendía nada!
Dirigí mis pasos hacia uno de esos hermosos edificios, el que daba a la plaza por su fachada lateral. Tenía techo alto con terminaciones abovedadas, contaba con una cúpula en el centro, piedras grandes caídas sobre el suelo y pequeñas ventanas por dónde entraba algo de luz., además de la vidriera frontal adornado con imágenes religiosas formando un gran rosetón. Curiosamente no sentía temor alguno, sólo tranquilidad y curiosidad. Oí un ruido, busqué entre las sombras su procedencia, encima de una gran piedra, estaba aquel hermoso ser alado. Era alto, de tez blanca, ojos azules y con unas alas de suaves plumas blancas de gran envergadura.
—¿Eres un Arcángel?
—Si, lo soy.
—¿No serás San Rafael?
—Chusss, no le mentes, vaya q aparezca. Yo soy Gabriel.
Mil recuerdos y enseñanzas vinieron a mi mente, 15 años de educación religiosa, claro que también había leído testamentos apócrifos, y aprendido sobre religiones diferentes a la cristiana. Es curioso, porque todo aquello lo hice gracias al Padre Manolo, que era de la Orden de los Jesuitas.
—¿Qué buscas aquí, en Córdoba?
Estaba emocionada, asustada, intrigada…aquel era un plano diferente. Miré a mí alrededor, aquel edificio se encontraba con un aspecto ruinoso, pero no perdía ni un atisbo de majestuosidad.
El Arcángel abrió sus enormes alas blancas y se acercó a mí elevándose con un suave aleteo, soltó alguna pluma blanca y mágica.
— A ti, Querida mía. Sin duda alguna, a ti.
Posó sus suaves manos en mi barbilla para elevar mi rostro y la mirada.
—Yo no tengo nada en particular.
— Esa decisión, no depende de ti. Depende de Dios. Y Él te dotó de un gran don. Está próximo el Apocalipsis, los tiempos cambian, casi no hay Fe, solo existe individualismo y egoísmo. Sin embargo, aún tiene esperanzas en vosotros.
No entendía nada, pero estar a su lado me llenaba de tranquilidad, de una paz única, inimaginable, e insospechada.
Gabriel se acercó más, mis pies retrocedieron, tropezando con una piedra. Perdiendo el equilibrio, casi me caigo sobre una columna tumbada en el suelo, pero… El me cogió en el aire, y con sus hermosas alas abrazó mi contorno. Entonces fue cuando supe que él sería para mí, mucho más que un Arcángel protector.