CAFÉ PARA TRES

Era una mañana cualquiera lluviosa, Lara llegó la primera a la peluquería para abrirla a los pocos minutos llegaron Victoria y Macarena. Las tres formaban un gran equipo con independencia de que la peluquería pertenecía a Lara.

— ¡Qué mala cara tienes!

—¿Pues anda que tú!, respondió Victoria.

— A ver, que se lo he dicho por sí le sucedía algo, se excusó Macarena.

Lara comenzó a llorar de manera desconsolada, hoy viene Doña Cayetana, la que ha despedido a mi marido y a mi madre. No tengo ganas de atenderla y encima no puedo realizar el derecho de admisión porque estamos en un centro comercial.

Encarni le pasó la mano sobre el hombro para consolarla mientras que Macarena se encendió como una cerilla.

—A mí marido lo tiene amargado con tanto trabajo y además le quita los descansos de los sábados. ¡Es una explotadora! Se aprovecha de que en esta ciudad no hay trabajo, exclamó Macarena irritada.

Lara miró a Macarena dándole la razón.

—Menos mal, que no te ha hecho nada, dijo Lara a la par que miraba a Victoria.

— Mi abuelo murió en la fábrica, atrapado por una de las máquinas. El sistema de seguridad no funcionó.

Lara y Macarena quedaron anonadadas, nunca había dicho nada.

— Esa clase de personas no merecen existir, exclamó Macarena.

Lara y Macarena se miraron.

— Tienes toda la razón

— Y si hacemos que no exista, sugirió Macarena.

— Ojalá se pudiera!

— A veces una pequeña ayudita no viene mal. Ha jugado una partida contra Dios y ha perdido, el prestamista ha sido Satanás, ensalzó Victoria.

— Suena macabro, exclamó Lara.

— Probablemente lo sea —afirmó Macarena — ¿pero…lo haríais? Yo estoy dispuesta.

Lara y Victoria se miraron antes de responder.

— Estamos dispuestas.

Las tres hicieron un pacto tácito.

— Cómo lo haremos?, Preguntó Lara.

— Sé que toma ansiolíticos y que los suele llevar en el bolso, dijo Victoria

— Entonces, está acostumbrada a tomarlos, aseveró Macarena.

— Puede estar habituada, pero no deja de ser una persona, aunque parezca el diablo reencarnado. Con una dosis excesiva se morirá.

— Sí hacen la autopsia, nos van a descubrir, respondió Lara.

— No creo que a alguien tan importante—dijo con tono irónico y petulante Macarena—, le hagan la autopsia.

—Eso sería arriesgarnos, sentenció Lara.

—¿Se os ocurre otra manera?, preguntó Macarena.

—Una vez comentó que era diabética, comentó Lara

—¿Quieres que esperemos a que le dé una bajada de glucosa?, dijo Victoria.

—No. Lo que Lara necesita es que a Doña Macarena le dé una subida, explicó Lara.

—¡Equilicuá!

— No es mala idea, y, ¿de dónde sacamos la medicación?, preguntó Macarena.

— Siempre lleva en el bolso insulina y calmantes, si lo añadimos al café con leche. Tendremos la combinación perfecta, un cóctel molotov. Aclaró Victoria.

— A veces das miedo, comentó Lara con vos sibilina.

—Has comenzado tú, dijo ofendida Victoria.

—¡Está bien! O estamos de acuerdo todas o no lo hacemos.

Macarena miraba a sus compañeras esperando una respuesta.

—¿Y quién lo hará? — preguntó Lara.

— Todas a la vez. De este modo, ninguna podrá eximirse del delito, explicó Macarena.

Se hizo un silencio tenso e incómodo, cada una pensaba en su situación personal, en la solución a los problemas, y en las consecuencias de dicho acto.

— Por mi perfecto, afirmó Lara mientras extendía el brazo con la palma hacia abajo.

— Me apuntó, confirmó Victoria poniendo su mano sobre la de Lara

— Me uno también. respondió Macarena colocando la mano sobre la de Lara y Victoria.

Ahora es un acuerdo explícito.

Encendieron todas las luces empotradas del techo, alinearon las cinco sillas contra los espejos en perfecto orden. La luz del sol entraba a través de los grandes ventanales mientras que las ramas de los árboles erguidos se mecían al compás del viento, las hojas caían acariciando las ventanas. El viento del norte no pronosticaba nada bueno.

— Macarena, recogerás su abrigo y bolso para colgarlo en el armario del recibidor, y te encargarás mientras que los guardas de coger la insulina y los tranquilizantes, dijo Lara.

—Yo iré para ofrecerle asiento y así la entretendré, indicó Macarena.

—Entonces… Lara, ¿tú qué harás?, preguntó Victoria.

— Estaré atendiendo a la clienta anterior y esperaré disimuladamente a que vengáis mientras le ofrezco café. Doña Cayetana sentirá celos porque ella se cree con derecho ser tratada mejor que a cualquier otra persona. Terminará pidiendo uno también.

— ¡Ja!  ¡Eres única!, exclamó Victoria.

— Podemos provocar que tenga frío y que le apetezca más, sugirió Macarena.

— No será necesario. Tiene un ego desorbitado, tanto, que lo exhuma por cada poro de su maldita piel.

—¡Muy bien, señoras! ¡Preparadas! qué comience el espectáculo!

Las puertas se abrieron, entró una nueva cliente de aspecto estrafalario, cabello moreno o lo había sido en su momento porque actualmente tenía demasiadas canas, con la tez de color aceitunado, vestida con estilo hippie pero de una época desfasada. Era de otra ciudad y daba aspecto de ser demasiado habladora y «¿Cómo decirlo?» Pesada, de esas que estás deseando despachar. Por otro lado, perfecta para provocar a Doña Cayetana.

Antes de entrar le pusieron la bata, después la acompañaron al asiento, para saber qué deseaba hacerse en el cabello.

La clienta se extendía en cada explicación, lo que necesitaba era: corte, tinte completo, mechas y tratamiento. Escucharla hablar, se asimilaba al zumbido continuo de un mosquito pegado a tu oreja, el cual no consigues ver pero lo escuchas de manera latente. En este caso, se veía porque ella hacía hincapié para ser vista.

La sentaron en el lavacabezas e incluso así, no cesaba de parlotear. ¡Era incansable! Por otra parte, sería una testigo excelente.

Doña Cayetana asomó la cabeza sobre el mostrador, llamando al timbre de recepción de manera insistente. Llevaba un abrigo de piel, el cabello era rubio dorado, ojos castaños, nariz aguileña y boca pequeña.

Comenzó el plan. Todo iba rodado, aunque una cosa es el planteamiento, y otra muy distinta la ejecución. A Macarena casi se le cae la insulina y los calmantes, cuando los extrajo del bolso para guardarlos en el bolsillo de la bata de uniforme.

Lara mientras tanto cortaba el pelo a la clienta parlanchina. Fue entonces cuando le ofreció un café, que por supuesto aceptó contando una anécdota que le había sucedido.

— Victoria, por favor, prepara un café para la señora, indicó Lara.

—Ahora mismo, confirmó mientras soltaba el trapo limpio del polvo.

Cayetana pensaba que se lo estaban preparando a ella y sonrió con orgullo.

La señora parlanchina miró a Doña Cayetana y no de soslayo precisamente.

— Tú eres la propietaria de varias fábricas, ¿verdad? A qué no me equivoco.

Doña Cayetana la miró con cierto desdén y desagrado.

— Lo soy.

— Ha salido en varias revistas, a mí me encanta leer las revistas del corazón, fíjate cómo será que todos los días voy al quiosquero que hay cerca de mi casa, porque a mí es que me encanta poder hablar y claro… ¿Qué te estaba diciendo?…

Doña Cayetana pensó que esa mujer debía tener tiempo de sobra para parlotear de semejante manera, y una confianza desmedida sin mesura alguna.

Victoria hizo su entrada triunfal, parecía que sus pasos se encaminaban hacia Doña Cayetana, y en el último instante, hizo un requiebro para depositarlo en la mesita de al lado de la otra clienta.

El café era digno de admiración: un café vienés, bien cargado de nata, con canela molida sobre ella y una ramita corta de canela. Al lado de la taza de cristal, sobre el plato, una pajita de color negro.

Mientras la señora de al lado exclamaba su felicidad, Macarena continuaba extendiendo el tinte sobre el cabello de Doña Cayetana.

—Tengo frio.

— ¿Quiere un café?, Preguntó Macarena que estaba terminando con la labor.

— Sí.

— Perfecto. Victoria ¿podrías poner un café?

— Viendo lo bien que se os da poner cafés, el mío que sea igual, comentó ofendida.

— Claro, faltaría más.

—Espero que se os de mejor que las tareas de la peluquería, dijo con desdén.

— ¡Oiga! ¡Eso es muy grosero!, exclamó la clienta parlanchina. Si no le gusta no venga, no tiene porqué insultar.

—¿Ahora no me tutea? —preguntó Doña Cayetana con desdén. —Métase en sus asuntos.

La señora parlanchina, dio golpecitos en la mano Lara y le hizo un gesto para que ignorase ese comentario tan desagradable.

— Vuelvo en un momento, indicó Lara a la clienta mientras la miraba en el espejo.

— Tranquila guapa. De aquí no me muevo.

La clienta pensó, que esa que se hacía pasar por señora había ofendido a la peluquería, y la pobre chica afectada se había marchado para calmarse.

—¡¿Macarena, puedes venir un momento?!

— Ahora voy.

Macarena retiró el cuenco del tinte del carrito junto con la brocha y lo llevo a la otra sala.

— Vas a rellenarlo de nuevo?

— Necesita un poco más.

Doña Cayetana permanencia con el semblante serio.

— Que no se os olvide el café?

Macarena sonrió e intentó disimular el alivio de no tener que volver a atenderla nunca más.

— Lo bueno se hace esperar, respondió Macarena.

— Yo nunca espero.

— Por supuesto que no, dijo Macarena mientras pensaba — tú únicamente te deshaces de todos sin más, para beneficio propio.

Victoria había triturado las pastillas y las había mezclado con el café, que había realizado Lara y movido con una cucharilla, Macarena añadió la insulina sobre el café y después añadió la nata montada. Victoria colocó la canela en rama y Lara la canela azucarada- Se miraron mutuamente y sintieron algo de felicidad, una sensación extraña.

—Listo, dijo Lara.

—Espera, le falta una galletita. Aclaró Victoria.

—¿Te parece poca galleta la que le vamos a dar?, comentó Macarena.

—Shhh… Chicas, ya es suficiente. Victoria llévale el café.

—¿Por qué yo?

Lara la miró callada meditando la pregunta que le acababa de hacer.

—Tienes razón. Yo lo haré, dijo Lara.

Cogió el café y se encaminó hacia la mesita de al lado de Doña Cayetana.

Macarena llevó una galletita a la clienta parlanchina estrafalaria.

Victoria se acercó a la cabeza de Doña Cayetana e hizo como que miraba el tinte.

—Parece que no le está subiendo. ¡Lara acerca el secador de cabeza!

—¡Que incompetentes! Esperad al menos a que me tome el café.

Lara sujetó el brazo de Victoria.

—Tiene razón, dejemos que se tome el café tranquilamente. Ya habrá tiempo de colocarle el secador de cabezas.

—Gracias. Por fin, algo de coherencia.

Doña Cayetana se tomó el café y antes de que comenzase a surtir efecto le taparon la cabeza con el secador. Entre tanto, la otra clienta seguía parloteando sin parar hasta que se percató que la señora de al lado se había quedado dormida.

—¡Perdona! Creo que esa señora se ha quedado durmiendo. Dijo la clienta parlanchina a Victoria.

—Puede ser, respondió.

Macarena y Lara, fueron a verla y comprobaron las constantes vitales, después miraron el reloj de muñeca de Doña Cayetana. Había pasado unos 25 minutos, no había latido alguno, estaba caliente únicamente la zona del secador, el resto estaba frío.

—-¡Doña Cayetana, despierte!, gritó fingidamente Lara.

—Voy a llamar a una ambulancia, exclamó Macarena.

Macarena entró hacia dentro y se sirvió con total tranquilidad un vaso de agua.

—¡Por Dios! Era tremendamente mal educada, pero que lástima me da. ¿Habéis llamado ya?, preguntó la parlanchina preocupada mirando la hora del reloj colgado en la pared.

—¡Por el amor de Dios!, claro que hemos llamado.

—No importa. Llamaré a mi hijo, seguro que me responde.

—¿A su hijo?

—Sí. Es el comisario provincial. Tranquilas, él nos ayudará.

La señora parlanchina se fue al guardarropía, cogió el bolso, sacó el móvil e intentó llamar a su hijo.

—No hay cobertura.

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