René apareció muerta, nunca le gustó a Jean-Claude que Michel fuera su confesor particular, su amigo, su guarda de secretos, su hacedor emocional. Al igual que tampoco le gustó que fuera travesti, para él… solo era un maricón…sin definir, que intentaba engañar a todos, pero claro a Jean Claude no conseguiría engañarle.
Michel necesitaba irse de aquel camerino ensangrentado, con aroma a perfume y sangre oxidada. Se desmaquillaba los ojos, mientras que las lágrimas rodaban cual manantial sobre su rostro.
—Dime Michel, ¿sabes sí alguien quería matarla, sí tenía deudas, amores, algún lío? — preguntaba el inspector.
Él solo atinaba a responder, —no sé, no sé, no sé, no sé…
Sin embargo, su alma quedaba delatada por el temblor de las manos, y en los pequeños quejidos que salían mientras lloraba. Aquel tipo, tenía miedo y ocultaba más de lo que decía. Se despojó de la peluca, pendientes y de los pechos postizos; ahora únicamente era un pobre diablo y no la gran Diva sobre el escenario que entretenía a ese gran público mientras cantaba canciones de otra época acorde con la edad que tenía. El inspector estaba seguro que lo había tenido que pasar muy mal a lo largo de su vida. Sintió compasión por él, decidió acompañarlo por el Bulevar hacia su casa, el Bulevar de los Sueños Rotos, “curioso nombre y acertado para esa persona en particular” pensó.
—Está bien, le acompaño hasta su vivienda. Así me aseguro que quede usted a buen recaudo.
Michel lo miró y sonrió tímidamente con las pocas fuerzas que le quedaban para sonreír.
El Inspector le indicó con la mano que saliera el primero, le hizo caso. No tenía ganas, ni fuerzas para pelear, además solo quería ser amable.
—Vámonos, Por cierto, tengo que hablarle de unas perlas ensangrentadas— comentó el Inspector.
Michel miraba al suelo empedrado del Bulevar, mientras comenzaba a desahogarse con él y a proporcionarle más información para el caso.
—Se las regalé yo, eran buenas, procedentes de Filipinas… ¿sabe usted? Son de una herencia familiar. Las llevaba puestas cuando él la golpeó en la cabeza y la sangre comenzó a fluir caliente hasta teñir de rojo el brillo de aquellas perlas.
El pobre Michel fue el que descubrió el cadáver de su amiga postrado en el suelo del camerino tras su actuación. Continuó hablando…
—Ella no quería estar con él, era un chulo, un bárbaro, un rastrero, un vividor acostumbrado a salirse con la suya. Pero mi amiga era inteligente además de tener un bonito y hermoso cuerpo. Por eso decidió dejarle, pero él no quiso aceptarlo. René me avisó, “si me sucede algo, cualquier cosa, habrá sido Jean- Claude”.
El Inspector interrumpió el monólogo,
—¡Tiene usted las perlas, es una prueba del caso. Debe devolverlas!
—Oh Querido, son una herencia familiar y un recuerdo de su triste final.
—Aun así, debe entregarlas y después le serán devueltas. Nos ayudará a cotejar huellas, a comprobar si únicamente la sangre de esas perlas pertenece a René o también hay del asesino.
El Inspector lo miró seriamente,
—¿Las lleva encima?
Michel parecía no escuchar lo más mínimo de lo que estaba diciendo, le preguntó al detective tras salir de su ensismamiento.
—¿Peleó, Inspector?, ¡dígame por favor qué peleó!
El Inspector no sabía si era una pregunta o más bien una súplica.
—Había flores pisoteadas, el jarrón estaba en el suelo y el agua desparramada. El tocador tenía todos los utensilios esparcidos y el espejo tiene un pequeño golpe. Así es que, supongo que sí que peleó, probablemente hubo un forcejeo, hasta que la fuerza física de él finalmente superó la de ella.
—Eso está bien amiga mía, dijo Michel en voz alta.
Llegaron a la puerta del domicilio y allí se despidieron.
—Cuídese Michel. Por supuesto, no debe, ni puede salir del país. Seguiremos hablando, intenté descansar algo, mañana será un día muy duro y complicado.
Michel pensó que más que aquel día no podría ser.
—Gracias Inspector.
Aquella situación era realmente incómoda y por un instante… el silencio reino. El Inspector se dio la vuelta y comenzó a alejarse de aquel bloque de pisos, cuando de repente aquella paz que se respiraba en el ambiente, fue inesperadamente interrumpida por tres disparos procedentes del portal. Cuando consiguió entrar, ya no había nadie, sólo el futuro cadáver de Michel que le entregaba las perlas ensangrentadas que guardaba en el bolsillo de su gabán y que ahora depositaba casi sin fuerzas, con un último suspiro, en las manos del Inspector. El Inspector cerró los párpados de Michel y pensó “cuan injusta era la vida a veces”.
Aquellas perlas ensangrentadas, serían la respuesta a aquel caso y él se encargaría de que aquel tipo pagara por los asesinatos.
Firmado: Inspector Alesyus.