La llave misteriosa

Aquel día me desperté con una sensación extraña, era como si supiera que algo fuera de mi vida normal y cotidiana fuera a suceder. Aunque el despertador sonó a la misma hora de siempre, y seguí las rutinas habituales diarias, ir al servicio a asearme y peinarme, poner el café en la cafetera de expreso, calentar la leche, introducir las tostadas en el tostador, sacar la mantequilla y la mermelada del frigorífico para que no estuviera tan frías. Vamos…la rutina de cada día. 

Mientras me encontraba desayunando, que por cierto era mi momento preferido del día, vibró mi fit band y así me percaté que me estaban llamando. Tenía la sana costumbre de tener el móvil sin sonido, desde que había editado el libro anterior y no cesaban de llamarme, sin saber muy bien como había ocurrido mis datos habían sido filtrados, era un acoso continuo de llamadas de; periódicos, revistas, programas de televisión. Sé que era adecuado que me llamasen, pero lo que no me agradaba era el motivo por el que llamaban, ponían la excusa del libro para después preguntarme por mi abuela, Doña Juana Campos; gran escritora, ensayista, perteneciente a la alta clase de la nobleza y desaparecida en extrañas circunstancias. Aquello me afectaba tanto, que opté por dejar el móvil en silencio y tan sólo responder a las llamadas que constataba que fueran las adecuadas, pese al enojo de mi editora, la cual no hacía nada más que repetirme “que al fin y al cabo, era publicidad para mi libro. Y que eso me interesaba”. Al principio cedí, hasta que aquello comenzó a afectarme de manera significativa en el ámbito emocional. 

Cierto es, que todo escritor necesita una motivación para escribir. Aún recuerdo las palabras de mi maestro Francisco José Jurado autor de Benegas, cuando decía…—Si tú tienes una vida anodina en la que todo está repleto de felicidad, pues muy bien que con tu pan te lo comas, pero no tendrás nada sobre lo que escribir —. Pero aquella situación me estaba bloqueando más de lo que me ayudaba. Había terminado de hacer la primera etapa de publicidad, y a la vez estaba escribiendo el segundo libro, bueno…más bien, intentándolo. Horas de nalgas, horario establecido, rutina de escritor. Verdaderamente me hacía gracia cuando decían que escribir era fácil, y que todas las personas eran escritoras, “solo es ponerse” decían algunos. Lo que no sospechaban era lo constante que había que ser, las horas que estabas delante de la pantalla del ordenador, las veces que escribías y después borrabas porque no te gusta o no te termina de convencer. Lo difícil que es poner tus sueños, trabajo y esperanzas en algo que deseas que disfruten los demás pero no sabes si gustara. Al igual, que tampoco sabes si alguna editorial estará interesada en tu libro o simplemente has estado trabajando gratuitamente durante un año o dos, a expensas del gusto de alguien al cual no conoces lo más mínimo y al que debes de confiarle todas tus expectativas. Pero, aun así amaba esta profesión mía, aunque desde luego lo que más disfrutaba era creando, todo lo demás era un añadido, conferencias, entrevistas, redes sociales. A veces, pensaba en la timidez de la Señora Agatha Christie, en lo mal que lo pasaba cada vez que tuvo que asistir a una conferencia; una vez tenía que ir a un simposio donde ella era la invitada, el ujier no la dejaba pasar porque desconocía que aquella señora tan tímida fuera la gran escritora, hasta que uno de los organizadores se acercó a ella, la tomó delicadamente del brazo e hizo que entrara dentro. No me podía comparar con ella en mis escritos, pero sí en la sensación de ansiedad, de nervios ante la afluencia de tanta gente que según decía mi editora ¡me admiraban! y yo tenía la sensación  de que estaba siendo juzgada. 

Miré el móvil era una llamada de número que desconocía, ya me iba a sentar mal el desayuno. Lo dejé a un lado, luego investigaría. Agh….no podía, mi inquietud era superior al hambre, así es que decidí buscar el número por internet, pertenecía a Despacho de Abogados González Gipozkoa. Eso me resultaba inquietante, quizás tenía que ver con la sensación con la que me había levantado, o con aquel extraño sueño que había tenido en el transcurrir de esa noche.

Terminé de desayunar y llamé a ese número, dio los tonos pertinentes. Al otro lado de la línea, se oyó una voz masculina y joven.

—Abogados González Gipozkoa, ¿en qué podemos atenderle? 

Aquella era una respuesta habitual, protocolaría que debía de repetir incesantemente cada vez que descolgara el teléfono, menos mal que había decidido no trabajar en eso, no era para mí.

—Buenos días, acabo de recibir una llamada de su despacho, no sé qué es lo que querían. Soy Elvira González Campos.

Al otro lado se quedaron callados durante un rato, a mí me pareció una eternidad. Sabía que seguían estando al otro lado porque oía la respiración que parecía estar agitada.

—¿No será usted la escritora?

¡Apaga y vámonos!, otros que me iban a dar la coña con algo referente a la desaparición de mi abuela. Me estaba temiendo lo peor, el enfado comenzó a reflejarse en las sienes y en la rigidez del cuello, que traía como consecuencia el insufrible vértigo. Tomé aire profundamente para poder calmarme, me estaba adelantando a los acontecimientos.

—Sí, soy yo. Dígame… ¿Por qué me han llamado?

—Permítame decirle que soy un gran admirador suyo, su libro es fantástico, genial, me lo he leído en tan sólo cinco días.

Me calmé un poco, no parecía que tuviera algo que ver con mi Abuela, —Gracias, me alegro que te haya gustado, esa era mi intención—, mi ego se sintió un poquito más engrandecido. Sin embargo, ahí estaba delante del portátil, sin venirme ni un atisbo de lo que tenía que escribir, nada. ¡El Dios Momo se mofaba de mí!

—Espere que le paso con el Abogado Don Pedro—, me dijo aquella voz tan ilusionada, vital y alegre.

—Bien, espero—seguro que mi voz no resultaba tan agradable de oír en aquel instante, lleno de incertidumbre y preocupación.

Se oyó el clic y una música de espera de Bach, que lástima poner tan majestuosa música para esa situación de espera que normalmente suele causar hastío la mayoría de las veces.

—Doña Elvira González Campos le hemos llamado porque teníamos ordenes de su Abuela Doña Juana Campos, para que en caso de que  no tuviésemos noticias de ella en un año natural desde la fecha que nos visitó por última vez, le entregásemos un sobre en persona que hay depositado aquí, bajo control notarial. Para poder hacerle entrega de dicho sobre, debe venir usted en persona y le será entregado bajo supervisión del Notario Don Mikel Abanto. Por lo tanto, ¿Qué día le vendría bien venir?

Me había quedado patidifusa, aquello no me lo esperaba para nada. No conseguía pronunciar palabra alguna. Al otro lado de la línea, volvieron a hablar, me estaban dando tiempo para que reaccionara.

—Sé que todo esto le resultará extraño, es cierto que no es una situación muy común. Sí quiere la volvemos a llamar en unos días para que usted organice su agenda, sabemos que debido a su profesión la tendrá repleta de compromisos.

Salí de mi abstracción, recordando que tenía un simposio en Guipúzcoa en dos días. Desde mi Córdoba estaba demasiado lejos, así es que mañana partía para Madrid, pernoctaría allí y después seguidito para aquella maravillosa ciudad. 

Jamás me podía haber imaginado lo que en un futuro cercano me iba a deparar aquella carta que dejó mi Abuela allí depositada. Quizás me aportaba noticias acerca de ella, de su paradero. Sabía que la policía no cejaba en su búsqueda, pero como buen escritora que era y mujer inteligente, si ella no quería ser encontrada, no la ibas a encontrar. A veces, se iba para concentrarse en sus escritos, pero al menos la tenía localizada. Salvo, ahora, que desconocía totalmente donde estaba. De ahí mi estado emocional tan sensible, que se alteraba ante cualquier nimiedad.

 Partí hacia la estación para coger el tren, intentando dilucidar qué habría en aquella carta;  ¿qué hermosas palabras había dejado escritas, estarían escritas a mano, por qué no contestaba a mis llamadas, y…por qué había esperado un año entero para contactar conmigo? Aquella situación me daba vértigo, pero vértigo de enfermedad y eso tenía que controlarlo, ya que tenía un simposio en dos días, además los viajes me causaban inestabilidad aunque normalmente descansando un poco se calmaba. Había tenido que acostumbrarme a determinadas situaciones y a prever lo que podía ocurrir, un verdadero fastidio pero tenía que convivir con mi enemigo “El Vértigo”, hacerlo mi aliado.

El viaje hacia Madrid fue muy rápido y cómodo. Lo único que no soportaba era la falta de respeto de algunas personas con el móvil, les daba exactamente igual que no se pudiera hablar en el vagón, lo hacían igualmente. En uno de los viajes, iba una chica que debía de ser Abogada por la conversación que se traía, estuvo hablando del delito que había cometido, por lo que pude escuchar quisiera yo o no, había cometido un delito económico de muchísimo dinero, le estaba contando a la otra persona que había sido un descuidado dejando pruebas y que al superar una determinada cantidad la pena era muy elevada. Aquello me pareció tremendo, estaba pregonando en voz alta; cantidades, datos personales, y mentando a las entidades estafadas. Colgó justo al parar el tren en igual destino que el mío,  ¡Vamos…un fastidio!, me dieron ganas de decirle que cuando tuviera sentencia me informara igualmente. Otra de las veces, un hombre hablando con la que parecía ser su amante,  burlándose de la ingenuidad de su mujer. Mientras que yo pensaba que para ingenua la amante con la que estás, que sabiendo cómo eres realmente piensa que con ella no vas a comportarte igual. ¡Dios los cría y ellos se juntan!

Por suerte en este viaje… nadie hablaba por teléfono, solo se oía el traqueteo del tren y de vez en cuando la bocina que tocaba el maquinista. Así es que pude descansar tranquila en aquellos grandes y cómodos sillones, me despertó de mis cálidos sueños el revisor y la megafonía anunciando la próxima parada, agradecí con sumo agrado que me despertase antes el revisor que la megafonía.

Salí de la estación y partí hacia el hotel Meliá Madrid Princesa, estaba cerca de la estación, cerca de Gran Vía, de la Plaza de España, del Museo del Prado y del de Reina Sofía, del Parque del Retiro. Cada habitación estaba decorada de una manera única y vanguardista. Me sentía que entraba en un Museo de Arte, me hacía sentir a gusto. Me subieron las maletas, di la propina adecuada al botones, decidí que no me encontraba mal y rogué que siguiera igual, ya que mi mente no estaba despejada, tenía todos los pensamientos bailando a la vez y a diferentes ritmos, era una orgía descontrolada.

Me encaminé hacia el Parque del Retiro, estaba la feria del Libro, cosa que ya sabía pero no quería ni deseaba firmar nada. Por otro lado me apetecía ver a algunos de mis colegas, sin embargo, aquel día no estaba preparada para que ninguno de mis colegas me preguntaran nada sobre mi abuela, por supuesto que ellos no lo hacían con ninguna mala o falsa intención, esa no era la cuestión; la cuestión era el estrés que me suscitaba todo aquello y más ahora que había recibido esa llamada.

Me disfracé como pude; con una gruesa bufanda al cuello, un sombrero y unas grandes gafas de sol. Quería pasear, ver el Palacio de Cristal, el estanque y como dice el tango… “Ahora que tiene patitos y hasta se puede nadar”. Pasé lo más rápido que pude por delante de los quioscos, vi a mis colegas firmando sus libros y a nuestros amados lectores haciendo cola para que obtener una dedicatoria personalizada, así se sentían un poquito más cerca de  nosotros los escritores, y de los personajes con los que habían conectado a través de las palabras, una a una en sintonía formando una bonita, terrible, triste, fantástica, o misteriosa historia dependiendo del género.

Me encaminé arropada entre las sombras proyectadas de los hermosos árboles al Palacio de Cristal, donde mi madre me contaba que ella jugaba de pequeña. Intentaba imaginármela allí, quizás con dos trenzas a ambos lados de la cabeza, sus piernecitas cubiertas por una falda y tal vez unos calcetines calados blancos, mientras correteaba por allí con sus amigas. Me quedé mirando aquel hermoso palacio y por Dios juro, que por un momento de ensoñación conseguí verla allí, con su pelo castaño entrenzado. Una leve sonrisa, se esbozó en mi rostro. El golpear de una pelota en el pie hizo que volviera a la realidad, una niña estaba jugando con su madre y se le escapó el balón. La madre se acercó pidiéndome disculpas, me reconoció, me causó vergüenza y halago a la vez.

—Es usted… ¿Elvira González Campos?, la autora de “El bosque mágico”.

—Sí, soy yo—sonreí tímidamente.

A la señora se le iluminó el rostro, se le pusieron vidriosos los ojos y aguantando como pudo la emoción, acarició a su hija el cabello y me miró.

—Gracias a usted, la estancia de mi hija en el hospital pediátrico fue mucho más llevadero. Sesiones de quimioterapia y radioterapia se hicieron un poco más llevaderas. Debido a su libro, me inspiré y me permitieron pintar las paredes del área de oncología pediátrica, les pinté frondosos bosques, verdes hojas, animales oníricos y de fábulas, les pude hacer un poquito más felices.

No merecía que me agradeciera nada, todo lo había hecho ella, al igual que los padres y los pequeños que estaban luchando a diario contra el designio maléfico del cáncer. No entendía como Dios podía permitir algo así, pero quien era yo para entender nada.

— No he hecho nada, todo lo ha hecho usted y su hija, la cual es preciosa—me agache y la acaricié su bonito rostro pálido aún. Ahora sí que admiraba a esa niña por too lo que había tenido que pelear a tan tierna edad.

—Tú me diste algo de tranquilidad y me inspiraste a pintar— aquella señora se merecía un gran abrazo y una mayor alabanza por mi parte pero… aquella enfermedad me arrancó a mi madre cuando yo aún era pequeña y me afectaba hablar sobre el tema.

—¿Está ya bien esta preciosa guerrera?

—Sí, está ya bien— La madre la miró con esa mirada que únicamente poseen las madres; amorosa, infinita e infatigable. Y que yo tanto echaba de menos.

Buscó un papel, una servilleta, algo donde pudiera firmarle una dedicatoria. Aquella señora merecía mucho más que una simple dedicatoria. Así es que le propuse que me diera su mail y le mandaría un libro dedicado y algo para su hija, quizás un muñeco artesanal de los que aparecen en el libro.

Me agaché y le di un gran beso a la niña, por cierto se llamaba Alba, buen nombre destinado para ella. Ambas, niña y madre se alejaron hacia el estanque, la chiquilla había desviado su atención en un patito blanco que graznaba mientras aleteaba sobre el agua.

Aquel había sido un día movidito, decidí que ya era hora de volver al hotel. Sin saber muy bien el motivo, me sentía un poco más alegre y animada, quizás era porque tenía la sensación de haber ayudado a alguien con mi libro, aunque fuera de manera indirecta. Me despojé de las gafas, al fin y al cabo ya estaba ocultándose el sol, lo que iba a conseguir era lo contrario de mi pretensión.

Aquella cama talla extra me iba a venir “como anillo al dedo”. Estaba muy cansada, esa noche me iba a tomar medicamentos a base de bien, unas para el vértigo y otras para dormir, ya que el vértigo iba a intentar impedirlo. Tenía la malsana costumbre de mirar las sábanas de los hoteles antes de acostarme, comprobé que estuviera todo en orden y así era, deposité mi cuerpo sobre ellas y digo deposité porque a veces tenía la sensación que mi espíritu llevaba una sobrecarga con tantos problemas de salud, problemas menores al fin y al cabo, pero  que gota a gota…En fin, por un momento me sentí egoísta, no merecía sentirme así, esa dulce niña ya había pasado mucho más que yo, en su aparente frágil cuerpecito. Conseguí quitarme la sensación amarga que crea el malestar de espíritu y me fui con Morfeo al mundo de los sueños, a veces me preguntaban  en qué me basaba para escribir mi libro, — fácil amigo— respondía — en Arthur Conan Doyle en algunos relatos sobre selenitas, en Shakespeare con el “Sueño de una noche de verano”, en Verne y Well. A fin de cuentas, ya casi no había nada totalmente original, toda la literatura estaba ya creada en cierto modo y asumida por nuestra psique. No es que quisiéramos plagiar, es que quien lee, tiene la literatura unida y conformada en su alma. Y así despacito con esos pensamientos me quedé dormida.

Cogí el tren para San Sebastián, y de allí a Gipozkoa en el tren de cercanía, tenían unos horarios muy determinados, pero lo había cuadrado de tal manera que apenas tuviera que esperar.

En la estación de Gipozkoa  me estaba esperando un chofer con un cartel grande donde estaba escrito mi nombre, no había cosa que me diera más vergüenza que llamar la atención, pero la empresa encargada de hacer el simposio lo que quería era darme las mayores facilidades y comodidades para que estuviera a gusto. Reconozco que soy un poco rara en mi comportamiento, lo que más me gustaba de ese viaje eran los extensos paisajes tan frondosos, verdes, aunque el cielo cambiara también de tonalidad y fuera de un color gris plomizo. El aire olía a limpio, la temperatura era igual que en mi Córdoba en ese momento pero con humedad, a eso no estaba acostumbrada. Hermosos paisajes los que mis ojos habían podido ir descubriendo, era fantástico, de ensueño, mil y una historias pasaban por mi imaginación. Intentaba recordar cada árbol, cada brizna, cada aroma, a veces, me quedaba abstraída y las personas que estaban  alrededor mía debían de pensar que estaba… como se suele decir en mi tierra “empanada” o sea atontada.

Aquel tipo con uniforme negro de chofer al ver que yo estaba dirigiéndome hacia él, sonrió y me preguntó si era la persona que estaba escrita en el cartel. Confirmé sus dudas, cogió mis maletas y nos dirigimos hacia el coche, durante el transcurso del camino me preguntó si subía el espejo que separaba su habitáculo del mío.

—No, por favor. No me molesta en absoluto.

—Bien señora, era por si usted quería realizar alguna llamada personal y tener mayor intimidad.

No tenía a quien llamar, quizás a mi editora que era con la que tenía más relación, a mi entrenadora que pasaba horas con ella. 

El chofer miró por el retrovisor observando el rictus de mi semblante triste.

—¿Ha estado usted con anterioridad aquí?

—No. Y he de decir que es hermoso a la par que maravilloso.

—El paraíso en la tierra—dijo el chofer.

Sonreí porque a cada persona su ciudad le parece el paraíso, es donde vives, donde has sembrado tus recuerdos y añoranzas.

—Vaya, he conseguido que sonría, eso está bien.

Por un instante aquel halago consiguió sonrojarme, no estaba acostumbrada a ningún piropo sobre mi aspecto físico. No sabía hacia dónde mirar. Recuerdo que mi padre decía que tenía unos maravillosos ojos de color esmeralda y mi Abuela que tenía la piel muy blanca con cierto tono sonrosado que me aportaba vitalidad. Sin embargo, ahora no contaba con nadie que me dijera nada hermoso, a veces lo necesitaba. Me sentí agradecida y tímida a la vez.

—Dígame… ¿lleva mucho trabajando para la empresa?

—Yo diría que desde que tenía veinticinco años.

Quería piropearle, que difícil me resultaba pronunciar palabra alguna y que fácil era escribirlas.

—Entonces no hace tanto.

Observé sus ojillos a través del espejo y ambos se achicaron un poco, eso significaba que estaba riendo. Por cierto, ¡que hermosos ojos tenía! Eran azules, un azul oscuro e intenso.

—Bueno hace ya diez años, pero le agradezco el halago.

El camino se hizo más corto de lo que imaginaba, paramos en el Parador de Hondarribia, era impresionante, un hermoso castillo del siglo X que conservaba la estructura de fortaleza medieval, sobre el estuario del Bidasoa, con unas magníficas vistas del mar. Se me notó muchísimo lo sorprendida que me había quedado ante la fachada tan magnifica de aquel parador, que iba a ser mi casa durante unos días o eso creía yo,  “ilusa de mí”. El chofer me abrió la puerta del coche y rápidamente dejó las maletas en el carro portamaletas del hotel. Agradecí la conversación que habíamos tenido, fui a darle una propina y él la rechazó diciendo que sus honorarios estaban cubiertos por la empresa. Se cuadró hacia mí con la gorra quitada, colocada bajo el brazo. Me recordó a los militares, aquello me hizo gracia. Yo de General del Ejército.

—Gracias por todo, espero no le haya resultado tedioso el trayecto hacia el hotel.

Solo por un instante se relajó e inclinó la cabeza.

—Lo contrario, ha sido todo un placer. La recogeré para llevarla a la conferencia o a cualquier sitio que usted desee desplazarse, mis servicios han sido contratados durante tres días.

—Gracias. ¿Cómo puedo contactar con usted?

Sacó una tarjeta para dármela, estaba escrito el nombre de la empresa y el número de teléfono. Nos despedimos, entré en el hotel.

Sí la fachada ya era espectacular, la entrada y el hall era aún mejores, no desmerecían en absoluto las posibles elucubraciones que hayas podido hacer al ver la entrada. Tras sus gruesos muros, contaban con espacios adornados con arcos, forjados artesonados, lanzas, cañones, armaduras, grandes tapices colgaban de los muros, patio interior con helechos verdes donde sus ramas se precipitaban hacia el vacío dejándose caer por las escaleras de piedra al desnudo al igual que el resto del patio, con  pequeñas mesas de forma cuadrada arropadas con sillas de forja, que daban un ambiente acogedor, conformando un conjunto solemne y a su vez elegante.

Hice el check-in y me dirigí hacia la habitación. Y una vez allí sonó el móvil, lo descolgué, era Aitor;

—Buenas Tardes querida. ¿Te apetece tomar algo en el puerto deportivo?

—Buenas Tardes, si claro, se tiene que estar magníficamente allí.

—¿Te parece bien que te recoja en una hora?

Miré el reloj y comprobé la hora, también tenía que llegarme al despacho de abogados y no sabía lo que se tardaba en llegar hasta allí —Me parece estupendo, pero también tengo que hacer una gestión ya que estoy aquí, ¿podría hacer uso del chofer para realizar la gestión? —

Al otro lado se hizo el silencio durante un breve intervalo de tiempo.

—Por supuesto, pero…vienes de tan lejos y tienes que realizar una gestión. ¡Qué mujer más ocupada!

Aquel comentario no me gustó lo más mínimo, el tono era con cierto retintín.

Ya no tenía ganas de comer con ese tipo, sin embargo, no podía poner excusas. Era una gran oportunidad para darme más a conocer por aquellos lares.

—Cierto, soy una mujer ocupada y nada pazguata.

—Oh…vamos no te enfades, era tan solo una broma.

Aquel tipo y su voz suave y aparentemente frágil llena de cierta ironía y falsedad ya me caía mal.

—Nos vemos en una hora.

No sabía cómo era, pero me lo imaginaba gordo, orondo, con una actitud de soberbia ante todo el mundo, alguien que se jactaba de ser elegante, y la elegancia solo la aportaba el perfume que llevaba que no conseguía disimular tan fétido carácter.

Contacté con el despacho de abogados, les solicité que pudieran atenderme a última hora sobre las ocho y media de la tarde, ya que antes me iba a ser imposible porque desde la villa donde estaba hasta allí, había Kilómetros de carretera. No me pusieron ninguna pega al respecto, y dispusimos vernos a la citada hora.

Me arreglé y hasta me acicalé más de lo normal en mí, algo tenía que ver con aquel chofer tan agradable. Bajé y allí estaba de pie preparado delante de su puerta y atento para abrir la  mía, me senté y acomodé para ir al puerto deportivo.

—Creo que va a tener frío con la ropa que lleva puesta.

—No se crea, allí en Córdoba ahora mismo hace frío, la diferencia que es cortante. No húmedo.

—Pero el viento de aquí,  no creo que lo haga en su ciudad.

—En eso tienes razón. Al igual que en el aroma salino del ambiente provocado por el mar…le aseguro que tampoco lo hay allí. 

—Yo creía que allí hacía siempre calor.

Estaba claro que estaba intentando alargar un poco la conversación y yo también deseaba hablar más con él, Estaba comenzando a sentir algo por aquel chofer.

—Eso es más una afirmación que una pregunta. Cuando dice de hacer frío hace frío, lo que pasa que últimamente hay más meses de calor que de lo contrario. Un calor asfixiante, seco que corta el aire y cuesta respirar. Sin embargo en Abril y Mayo, allí huele a azahar y las flores majestuosas se alzan engalanando los balcones, patios, terrazas. 

Continuamos charlando de un modo cortes y ameno. Le indiqué que tenía que realizar unas gestiones a Bilbao, iba a necesitar de sus servicios. Me miró por el rabillo del ojo a través del cristal y sonrió. Nuevamente me sentí ruborizada.

Por fin llegamos al Puerto Deportivo, me abrió la puerta y allí estaba aquel tipo llamado Aitor, era tal y como me lo había imaginado, algo tenía que no me gustaba lo más mínimo. Después de los saludos protocolarios, nos sentamos a comer, sirvieron abundante comida, en el Norte comían demasiado, yo no estaba acostumbrada a tanto; Gildas, Merluza a la Vasca, Porrusalda, Marmitako, acompañado por una sidra originaria de allí (sagardoa)  y de postre pantxineta con café que me pedí yo. Estaba que iba a reventar.

La velada transcurrió de manera muy formal y protocolaria, dejando todo muy bien atado con respecto a lo que se iba a hablar en el simposio, del tiempo de duración de la intervención, al igual que de la parte del turno de ruegos y preguntas. Miré el reloj y comprobé que el tiempo se estaba convirtiendo en mi enemigo o partía ya de allí o no llegaba al Despacho, por lo que me despedí educadamente.

Salí de allí corriendo como quien se lo lleva el diablo; es decir, a toda prisa. Él ya se encontraba delante de su puerta con la gorra quitada y depositada debajo del brazo, al verme se caló la gorra, me abrió la puerta.

Me senté, soltando una exhalación que casi fue un quejido, necesitaba descansar pero no podía ser ya que ahora iba al despacho de abogados.

—-Si me permite decírselo, debería de descansar para mañana estar en plena forma.

—Tienes toda la razón, pero esto amigo mío he de hacerlo con o sin ganas.

Miré hacia fuera de la ventana, dejábamos atrás aquel pueblecito pesquero y medieval que en otros tiempos había tenido tanta importancia e historia.

—Por cierto, si no le molesta, le importaría decirme… ¿Cómo se llama?

—No me molesta en absoluto. Aunque no crea que se lo digo a cualquier cliente, me llamo Iker.

—Encantada Iker. Yo me llamo…

—Elvira González Campos—respondió él. 

—Es verdad, usted vino a recogerme a la estación con el letrero escrito, tonta de mí, se me había olvidado.

—-Lo que usted no sabe es que soy un gran admirador suyo. El libro tiene una narrativa muy buena, es capaz de transportarte a sitios que ya conoces, y a otros que te imaginas con tan solo leer cada frase y párrafo que conforman su narración.

Con el transcurrir del tiempo me daría cuenta que los bosques que aparecían en mi libro eran muy similares, a donde él jugaba de pequeños con sus Aitas 

—Menudo halago, eso sí que no me lo esperaba.

—No soy tan fiero como aparento.

Llegamos al despacho de Abogados González Gipozkoa, miré hacia afuera, era un edificio frío, moderno, con escasa personalidad, aunque la ciudad sí que  tenía su encanto, habían conseguido fusionar la historia con la actualidad. Subí aquel ascensor y me recibió un chico indicándome que entrara a una habitación en concreto, aquel bufete era un enjambre de habitaciones, el sonido ambiente era la típica música clásica, para hacer las esperas un poco menos largas, con una sala en común que era donde esperaban los clientes habitualmente. Aunque conmigo estaban haciendo una excepción.

Se levantó el abogado y el notario, me dieron la mano e indicó que tomara asiento.

Tras contarme lo mismo que por teléfono, me hizo entrega de un sobre cerrado, firmé toda la documentación requerida formalmente. Pregunté por los honorarios, sin embargo mi abuela lo había dejado ya abonado.

 Miré aquel sobre, decidí abrirlo a solas con mayor intimidad, aunque los rostros del abogado y del notario reflejaban claramente el interés que tenían en saber que había dentro. 

Me encontraba saliendo de aquel edificio que me estaba comenzando a quitar el aire, cuando lo vi allí, esperándome con la puerta abierta.

—¿Hacia dónde nos dirigimos?

Tuvo que realizarme esa misma pregunta dos veces más, como no respondía decidió comenzar a rodar para que le indicara después. Tantos años de conducción le había enseñado pautas no escritas en ningún manual.

 Abrí aquel sobre misterioso, había una misiva en la que mi abuela me indicaba que fuera al Bosque de Hayas, me dio la localización geográfica exacta a través de unas coordenadas, también había una llave de esas que parecen antiguas y con historia tras ella. Le indiqué a Iker donde ir y llegamos allí, era un bosque de Hayas único, excepcional, verde, frondoso, donde las ramas de los árboles conforman un paisaje muy particular  el Hayedo de Otzarreta, donde parecían habitar gnomos, elfos y duendes, era como si te adentrases en un bosque mágico, con árboles forrados de musgo, cubierto perennemente de una alfombra de hojarasca y surcado por una serpenteante arroyo de aguas cristalinas y tintineantes. Ese bosque existía aunque parecía haber surgido de mi imaginación, se encontraba en el  extremo oriental del Parque Natural de Gorbeia y se llama Otzarreta .Es pequeño, apenas unas hectáreas, pero son suficientes para acoger un paisaje que nos traslada a tierras de ensueño. Y que, en otoño luce en todo su esplendor. Nos adentramos en él, y di gracias al cielo por ir acompañada de alguien de esas tierras, no tenía ni idea de por dónde andar, ni de cómo hacerlo, y para más Inri me había puesto “manoletinas” para andar. Pasé las coordenadas a Iker y con Google maps conseguimos llegar, era una casa de piedra vista, de tonos grisáceos, con verdín a su alrededor, su tejado era oscuro de un tipo de teja que aguanta la Nieve, y el clima de aquel lugar. Saqué la llave, la introduje en aquella cerradura, la puerta cedió abriéndose a la vez que sus bisagras emitían un sonido dolorido, un chirrido que indicaba que parecía indicar que llevaba tiempo sin abrirse.

Nada más entrar allí, comencé a recordar, yo ya había estado anteriormente, recordaba el crispar de la madera al quemarse, recordaba la máquina de escribir sobre la mesa. Me dejé arrastrar hasta la habitación, la cama tenía una colcha gruesa que por sus dibujos delataba la época a la que pertenecía, me tumbé allí dejándome arrastrar por mis recuerdos, mi padre bebiendo su whiskey ante la máquina de escribir y yo jugando con los libros, que ya me había leído, formando una casita para un personaje de ficción que siempre me había gustado “Puck”, era un elfo fenomenal y muy amigable. Cuando me acostaba allí me sentía entre nubes, era un colchón de plumas, según te tumbabas sobre él te hacías un huequito, — ¡Oh…me encantaba! —.

Iker me llamó había una nota en la mesa de madera gruesa de haya situada en el salón. 

—Querida niña mía, te estoy regalando mi rincón del bienestar, un sitio donde puedes esconderte, alejarte de la Sociedad. Tu padre me pidió que lo cuidase por ti, lo he estado haciendo durante todo este tiempo. He permanecido aquí, alejada del mundanal ruido y ahora he conseguido escribir una nueva obra, dada la expectación por  mi desaparición, la editorial ha pensado que debo permanecer sin dar noticias mías, hasta que aparezca la publicación. Querida, discúlpame pero entré en estado de ansiedad, y de pronto recordé  esta casita e hice las gestiones adecuadas para que me pudieras encontrar. Aitor sabía dónde estaba alojada, me ha estado ayudando incesantemente ante mis quejas diarias. No es tan hostil cómo al principio pueda aparentar. Le he solicitado que no te dijera nada pese a sus esfuerzos continuos para que contactara al menos contigo. 

 Me empecé a marear, todo me daba  vueltas. Es cierto, que en mi familia siempre hemos sido un poco raros, pero…no creía que llegásemos nunca  a ese extremo. Iker me acercó la silla para que tomase asiento, le cedí la carta para que la leyera.

—No está bien lo que ha hecho, pero está viva y según parece ilusionada, inspirada, enamorada.

Tras nosotros se abrió la puerta apareciendo mi abuela, no sabía si… regañarla o besarla, opté por lo segundo, tampoco tenía que haber sido fácil para ella. Mi abuela me explicó que yo lo había borrado de mi memoria al fallecer mi padre, pero al leer mi libro encontró el subterfugio de mis recuerdos y pensó que ya era hora de que despertase. 

Jamás me hubiera imaginado a mi abuela viviendo allí, sola.

—-¿Todo este tiempo has estado sola aquí?

—Al principio si, luego me di cuenta que necesitaba ayuda del exterior y contacte con Aitor, un gran hombre, al cual le ha costado mucho no contarte nada en absoluto. Necesitaba que tuvieras un choque de realidad por ti misma.

No entendía la razón, pero mis  miedos, dudas, e inseguridades poco a poco comenzaron a desaparecer con el transcurrir del tiempo y además de todo eso… había ganado aun chofer y a un hombre honrado, a mi Iker.

Recordé mi promesa y mandé mi personaje favorito del libro a Alba, intentando aportar algo de la felicidad que yo por fin y merecidamente sentía, le mandé al gnomo Puck. En el próximo libro, Él sería el poseedor de  “La llave de la Felicidad” para quien quisiera seguirle. 

Sí en la magnitud de nuestro pensamiento traspasásemos el umbral de la consciencia, elevaríamos nuestro espíritu.

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