Entre dos tierras

El trayecto hacia Asturias era tremendamente largo pero increíblemente hermoso, desde Córdoba el paisaje iba variando constantemente, desde Olivos, Girasoles, llanuras anchas de amapolas o cereales, hasta llegar al Norte que parecía que entrases en Irlanda, todo lleno de verdor y de humedad, con aquellos árboles frondosos que formaban los bosques, ríos surcando los caminos, flores, lagos.  Normalmente hacían dos paradas antes de llegar, una a la altura de Madrid y otra un poco más adelante. Las tierras asturianas para Rafa significaba; relax, evasión, magia.

Tenía el corazón, su alma dividida en dos, una parte estaba en Córdoba dónde  había nacido y criado. Córdoba esa gran desconocida para muchos y que nada tiene que ver con aquella que citó Lorca en sus versos “Córdoba lejana y sola”, actualmente ni estaba sola, ni muchísimo menos lejana, estaba bien localizada y comunicada a través del tren con toda España desde el año 1992 debido a la Expo, excepto con el Norte pero eso dependía ya del Estado. Sin embargo, su otra mitad se encontraba en Asturias, su lugar de descanso y retiro vacacional 

Su madre siempre le contaba que la primera vez que la destinaron a Córdoba tenía la falsa idea de que hacía calor todo el año, no se imaginaba que fuera de climas extremos. Sí en las gélidas ciudades del norte de España únicamente decían que había dos estaciones, la del tren y la de invierno, en Córdoba tampoco disfrutaba de las cuatro usuales; tenían dos de entretiempo, una solía ser en Marzo y otra en Septiembre, intercalada entre meses fríos y más aún de calor.

 Las personas de Córdoba tenían un carácter abierto, con mucho clasismo y muy trabajadoras. Lo que había escuchado Elena hasta entonces de los andaluces, era todo un topicazo. Aun así anhelaba su “patria querida”, su Asturias, sentía morriña, esa que solo la sienten las personas que están fuera de su Tierra, echaba en falta sus Praus, las vacas, los horreos de algunas casas, las carreteras sinuosas de las montañas, los preñados, su sidrina, las fabes, la Virgen de Covadonga, la figura tan admirada de Don Pelayo, las fiestas locales, la gaita, las playas de allí, la iglesia de San Lorenzo y sobre todo el horno de leña de la cocina de su madre que le daba ese sabor tan especial a las comidas de lo que había sido su hogar.

Aquellos maravillosos viajes, ahora se habían convertido en largos viajes, todo debido al divorcio de sus padres. Su madre permanecía en Córdoba por él, en cierto modo le  hacia sentirse responsable aunque ella jamás lo mencionaba. Tan sólo una vez, cuando la preguntaron por qué no volvía a su tierra y ella respondió —que  era debido al arraigo de su hijo con los amigos y con la familia parental, para que  a su hijo le resultara mucho más fácil el proceso del divorcio, y para que el padre pudiera verlo en cualquier momento sin impedimento alguno—. Era una situación un poco extraña, se querían y respetaban pero no podían convivir juntos, ninguno de ellos había vuelto a salir con nadie más, era como si en el fondo tuvieran un halo de esperanza en volverse a unir. Sin embargo para Rafa aquella situación era preferible a las discusiones diarias que ocurrían en casa antes de que tomaran la decisión de separarse.

Estaban llegando ya a Avilés y de ahí al concejo, era un conjunto de casas aisladas y separadas entre ellas por terrenos. Habían construido una autovía, que había hecho que a sus Abuelos les hubieran expropiado parte de los terrenos, dándoles una cantidad irrisoria y simbólica para el valor real que tenía. A algunos otros vecinos les expropiaron la casa, ya que cruzaban justo por el emplazamiento de la misma, con lo que recibieron otra cosa nueva,  eso sí, cerca de la anterior para no descabalar mucho sus vidas.

Parecía que olía ya la empanada y los preñaos que le hacia su Güelita cada vez que iba. Tan solo era su imaginación porque por ahora lo único que su olfato reconocía era el olor de las vacas que pastaban en el prau cerca de la casa, interrumpiendo el silencio con su mugir. Entraron en el jardín de la casa, aparcaron el coche en el garaje que tenía construido la casa en la planta de abajo, donde también guardaban juguetes de cuando  él era más pequeño, la bici de su madre, la tabla de surf de su tío, comida envasada y un largo etcétera…

Pelayo el gran mastín fue a saludarlos,  iba corriendo al lado del coche, era un perro hermoso de pelaje blanco, gran hocico, con patonas acorde a su tamaño; agitaba el rabo sin parar, tenía tanta fuerza que se hubiera habido cualquier objeto en la trayectoria del movimiento de su rabo lo habría tirado seguro. No cesaba de ladrar, reclamando atención. Rafa lo quería muchísimo, su madre lo llevó a casa de la güelita justo cuando tuvo notificación de que su destino era Córdoba, Don Pelayo aún era cachorro. Elena se quedaba mucho más tranquila sabiendo que tenían a un Mastín que les pudiera proteger. Allí estaba él lamiéndole la cara, con sus patonas delanteras apoyadas en los hombros, era más grande que Rafa cuando se ponía de pie, pero eso le encantaba.

La Güelita fue también a recibirlos. Era una mujer alta de complexión fuerte, ancha de espaldas y de caderas, su piel era muy blanca, con mejillas sonrosadas, tenía los ojos de color castaño, su piel  desprendía un olor dulzón que se entremezclaba con el aroma de ropa limpia. Se había dedicado toda su vida laboral a mantener una pequeña mercería en Avilés, mientras criaba también a sus hijos, los cuales cuando salían del colegio se iban a la mercería; hasta que Elena tuvo  la edad suficiente  para quedarse en la casa al salir del Instituto y cuidar de su hermano pequeño Iván. El horario del trabajo de Güelito era muy complicado, trabajaba en la mina y aunque se había jubilado antes de tiempo, sus pulmones no aguantaron los avatares de la vida; falleciendo cuando su nieto Rafa aún era pequeño, aunque  él lo recordaba con muchísimo cariño. Madre e hija se fundieron en un abrazo de esos que tocan el alma, mientras que Pelayo seguía lamiéndole la cara con su lengua húmeda, dejando todo lleno de babas pero no le importaba lo más mínimo.

—¡Pelayo, deja ya al güaje! Ordenó la Güelita.

—Déjalo Mamá, no ves que Rafa disfruta tanto o más que Pelayo con esos lametones.

Elena fue a sacar el equipaje del maletero pero Don Pelayo se interpuso en su camino, al fin y al cabo no la había saludado aún, él era un perro ante todo formal y familiar, se apoyó en las piernas dejando caer todo su peso como sí aun fuese un cachorrito, con la diferencia que ahora pesaba unos diecisiete Kilos; ese detalle no estaba en su consciencia perruna.

—¡Qué me vas a tirar Don Pelayo! Sí, que eres muy bonito y te he echado de menos. Venga—Elena intentaba zafarse de él y coger el equipaje, por fin pudo hacerlo. Los tres  subieron por la escalera que comunicaba con la casa. Al principio existía una única escalera exterior pero Elena convenció a sus padres antes de marcharse para que hicieran otra interna, así el día que lloviera no tendrían que salir por fuera a no ser que se dirigieran a la calle.

—¿Me has hecho los preñaos, la empanada, los carbayones, y el carpaccio de ternera?

—Oye, ¡te has creído que tu abuela está todo el día en la cocina o qué!

—Va…déjalo, mira hoy te he hecho los preñaos y la empanada— lo miraba con todo el amor que una abuela puede dar a su nieto al que ve menos de lo que a ella le gustaría, mientras sonreía.

 El corazón de Rafa estaba al igual que el de su Gúela, henchido de felicidad.

—Lo siento, no pretendía agobiarte—, la colmó de besos y abrazos.

—No te preocupes cielín, comerás todo lo que a ti te apetezca.

Elena miró a ambos sonriendo, —lo consientes demasiado, Mamá—.

—Y si estuvierais aquí lo consentiría todos los días.

—Mamá… no empieces con las indirectas.

—Ese trabajo tuyo que te mandó tan lejos de mí. 

La Güelita se dio media vuelta para que su hija no viera la expresión de tristeza y de enfado que asomaba en el rostro, Elena se acercó por detrás y  la abrazó, dejando reposar su cabeza sobre los hombros de su madre —no seas así, no me lo pongas más difícil—.

—Este país me debe mucho, que lo sepas. Mi hija a su servicio, cuidando al resto de la ciudadanía, para que disfruten y estén seguros. No os lo agradecen, y os ponen fatal en las noticias.

—No te creas todo Mamá, somos el cuerpo más valorado. Con esta profesión no te haces rico, ni buscas fama. Tienes que sentir vocación, debe formar parte de ti 

Rafa observaba atónito la escena se sentía muy orgulloso de sus padres, aunque jamás se lo dijera. Ambos habían sido condecorados hace años cuando aún permanecían casados, los Güelos habían bajado hasta Córdoba para el homenaje. Rafael fue a por ellos hasta Sevilla para recogerlos en el Aeropuerto y llevarlos hasta casa. A ellos les encantaba aquella casa, era la típica casa andaluza con patio interior decorado con azulejos de estilo andalusí, todo lleno de flores y de macetas, con una fuente en el centro que refrescaba el ambiente, el rumor del agua hacia que tus problemas se convirtieran en nimios.. Se sentaban en la mesa del patio mientras que degustaban granizada de limón, con aceitunas partidas y aliñadas con ajo. Elena siempre había vivido en casas, así es que estaba acostumbrada a seguir viviendo de igual modo. Sin embargo, la vivienda en Córdoba era muy cara, máxime cuando se trataba de una casa en pleno casco histórico, pero aquella casa había pertenecido a la familia paterna, con lo que solo se gastaron el coste del arreglo y poco más. Por este motivo cuando decidieron separarse, ella decidió tomar la decisión de irse de allí, llevando a su hijo al que ahora iba a ser su nuevo hogar, estaba lo suficientemente cercano para que no tuviera que cambiarse de colegio y pudiera seguir manteniendo sus amistades. Rafael le dio la opción de que fuera ella la que se quedare allí, sin embargo  a Elena no le pareció adecuado. No conseguía saber qué es lo que había acontecido para que ambos terminasen así.

El aroma del café hecho por la Güela le devolvió a la realidad, trataba las tazas con sumo cuidado, aunque había una en particular que la trataba con mayor delicadeza y cariño que a las demás, había pertenecido al amor de su vida, de vez en cuando miraba  a la taza y las  lágrimas asomaban a su mirada listas para rebosar pero que nunca lo hacían. Rafa se levantó y la abrazó tan cálidamente cómo pudo.

—¡Ay…el güaje!, venga siéntate que te pongo la merienda.

Terminaron de merendar, Rafa se fue a ver la televisión, no retransmitían nada interesante, la apagó y se dedicó a ver videos en “You tube” de trap, procuraba escucharlos con cascos porque sus padres decían que les recordaban a los “clientes del trabajo”, ellos no entendían que era lo que se llevaba actualmente, decidió irse a la cama, jugaría al “For Nite” por supuesto a través del Smartphone. Aquel juego lo salvaba más de una vez del aburrimiento, apenas tenía amigos allí, salvo el nieto de la vecina, pero tenían que coincidir ambos. Decidió preguntar, alzando la voz; aunque la respuesta fue negativa.

Se quedó dormido jugando al juego, cuando  se despertó el móvil no tenía apenas batería, lo puso a cargar mientras desayunaba, cuando le entró  un whatsapp de Salvi, donde le decía de quedar para dar un paseo en bici, siempre estaba vacilándole con que él era mucho más rápido, la verdad es que a Rafa le daba un poco igual, él solo buscaba divertirse. Terminó de desayunar, preparó la mochila con las provisiones y ambos marcharon hacia la pequeña aventura, decidieron ir a una ermita que estaba situada cerca de la carretera, apenas si se dejaba notar. Estaba rodeada por plantas trepadoras que cubrían las paredes exteriores, el césped verde, húmedo, formaba un gran manto en el suelo. Les encantaba ir allí, el único problema es que no había cobertura alguna, aunque por otro lado eso les daba más independencia. Comenzó a chispear incesantemente decidieron buscar refugio en el interior de ella, aunque hubiese goteras allí, estarían mejor que en el prau mojándose. De repente, la puerta se cerró, intentaron abrirla pero no pudieron en modo alguno. Rafael tenía la intranquilidad de que a su hijo le pasara algo, no le cogía el móvil, salía apagado o fuera de cobertura, decidió llamar a su ex para intentar hablar con su hijo y tras las preguntas de cortesía, le comentó el motivo de la llamada que no era otro que el de hablar con el niño. Elena le comentó que estaba con su amigo dando un paseo. Rafael no quería discutir, pero estaba tremendamente preocupado, su instinto le decía que ocurría algo, aunque  era Elena la que estaba más acostumbrada a situaciones peligrosas y más desde que tenía a su jefe el Inspector Benegas a su lado. Rafael estaba en  el departamento de delitos informáticos.

Aquella llamada puso en alerta a Elena, algo despertó en ella. Intentó localizar a su hijo pero no daba señal alguna, era la hora de merendar, seguía sin saber nada de él. Normalmente era muy disciplinado, con las cosas típicas de su edad, por eso jamás se había retrasado tanto y mucho menos sin avisar; aquello la estaba empezando a preocupar, tampoco ayudaba demasiado las preguntas incesantes de  su madre. Elena jamás se perdonaría sí a su hijo le pasase algo. El temor, empezó a convertirse  en angustia, y la angustia en pánico. Tenía que conseguir calmarse, su instinto de madre estaba a punto de superar al de policía, no podía permitírselo. Cogió las llaves del coche, se fue a hacer una pequeña batida, no había pasado el tiempo reglamentario para poder denunciar la desaparición, pero a ella le estaba resultando interminable. Miraba in salir del coche a ambos lados, al frente, atrás, buscando no sabía muy bien qué, pero alguna pista. Los ojos se le empezaron a llenar de lágrimas, había visto mucho más que cualquier otra mujer que fuera madre pero no policía. Mil imágenes acosaban su espíritu, mil escenas sangrientas y desagradables, torturas, cadáveres y un sinfín más que había visto a lo largo de su carrera profesional. Agarró el volante fuerte, se obligó a estacionar en el andén, se gritó a sí misma un ¡Basta…! Las lágrimas le empezaron a brotar, lloró todo lo que tenía guardado, todos los miedos enfrentados, la soledad, el fracaso de su matrimonio aunque no fuese ella la única culpable. Lloró porque su marido no estaba allí, lloró porque tenía que decírselo, pedir ayuda, algo que odiaba. De pronto, el llanto fue interrumpido por una llamada de Rafael, tenía que serenarse, no podía escucharla así.

—¿Sabes ya algo de él?

Elena intentaba tragar saliva, que no se percatara de su angustia pero no conseguía articular palabra alguna, la saliva se había convertido en un nudo pastoso.

—Elena, ¿estás ahí?, háblame por favor. 

Rafael oía la respiración entrecortada y lo que parecía ser un llanto silencioso.

—Elena cielo, seguro que está bien. Sólo te llamo para darte información y para tranquilizarte.

No conseguía calmarse.

—Lo siento, lo siento, lo siento…— sus palabras se ahogaban en el llanto.

Rafael sabía perfectamente que ella no tenía la culpa de nada, era muy buena madre.

—Tranquilízate cielo.

Elena recordó a aquellos fuertes brazos que la abrazaban tan cálidamente cuando sentía temor, el olor de café por la mañana, el perfume que él usaba.

—Os echo de menos tanto, si estuviera allí te abrazaría tan fuerte, te besaría eternamente— Rafael se sentía impotente a tanta distancia, — Tranquilízate, escúchame, nuestro hijo está bien. Instalé un programa para tenerlo localizado pero él lo desconoce. Me manda una ubicación, lo he buscado, es una ermita, sólo tienes que ir hasta allí y comprobar que todo está bien—. 

En aquel momento, su marido le pareció un héroe, sabía dónde estaba su hijo, lo había localizado. Jamás se hubiera imaginado cuanto podría quererlo, o sí alguna vez lo  había dejado de hacer. En el fondo ella sabía que no, jamás había conseguido dejar de amarlo.

—Si no te ves serena, habla con los compañeros de allí. Qué te acompañen. Sé de sobra que eres una mujer fuerte y muy buena policía, pero… esto es un tema personal que nos afecta ambos. Por favor, no vayas sola— La rogativa de Rafael le sonó bastante emotiva y elocuente a la vez.

—Está bien, hablaré con el comisario y llamaré a los compañeros de aquí para que me acompañen, tranquilo no iré sola.

—Yo me encargo de la gestión de aquí,  haz tú la de allí. Dijo Rafael.

Llamó a los compañeros, dio su número de placa, una patrulla la recogió en el camino e hizo que los siguiera hasta llegar a aquella pequeña ermita apartada, la puerta estaba cerrada, atorada, tuvieron que abrirla entre los tres. El frío y la lluvia entraron dentro de la ermita, junto con la pareja de policía y Elena. Ambos chavales se levantaron, abrazando a Elena, la cual no sabía si abofetear a su hijo por lo que la había hecho pasar o abrazarlo porque estaba bien, optó por lo segundo ya habría tiempo de tener una charla con él y que la abuela de Salvi tuviera la suya correspondiente con su nieto. Pobre mujer estaba tan preocupada que la llamaba incansablemente al móvil para tener alguna noticia. Todo había terminado bien, solo había sido un susto, un gran susto. Elena dio las gracias a los compañeros por las molestias y en el momento que tuvo cobertura llamó a su marido, le pasó el teléfono a Rafa, ahora tocaba una gran regañina por parte de su padre. Rafa comenzó a llorar, Salvi  que aparentaba gran fortaleza también lloró; habían pasado verdadero miedo, no les venía nada mal porque seguro que jamás repetirían semejante aventura.

—Hablamos cielo mío, estoy deseando abrazarte y darte las gracias. Y quizás algo más.

Rafa notó que el tono de sus padres había cambiado, era cariñoso, era como si ambos se anhelasen. Aquello le reconfortó.

Elena dejó a Salvi en su casa e indicó a Rafa que se fuera a dar un baño. Tenía que hablar por teléfono.

—Mamá, lo siento mucho, de veras. ¿Cómo sabías dónde estaba?

—Mi instinto y el amor de tu padre.

Elena y Rafael estuvieron charlando durante horas, hablaron todo lo que tenían que haber hablado cuando les iba mal. Ambos decidieron dar una nueva oportunidad a su Amor, a su matrimonio. Esa noche el alma de Rafa consiguió no estar fracturada, durmió tan plácidamente como cuando sus padres estaban juntos, su corazón ya no estaría dividido nunca más entre dos tierras.

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