FELICIDAD INUSITADA.

Mientras se dirigían a la inmobiliaria para recoger las llaves de la que sería su casa durante su estancia vacacional, Rafael oyó como el agente inmobiliario indicaba una ruta a una familia, que según él, era fácil de realizar con niños. Cuán equivocado estaba ese hombre, y Cristina sufriría las consecuencias de dicho error.

Ambos esperaban en el exterior, pese a que Rafael había insistido en que ella le esperase en cualquier restaurante o bar sentada contemplando las montañas de Sierra Nevada, ahora sin nieve con un color ocre y verde, ese año no quedaba ni un solo nevero, aunque en el mes de abril aún conservaba nieve, pero el verano había llegado fuerte queriendo mostrar su supremacía sobre el resto de las estaciones del año y… ¡vamos sí lo había logrado! Toda España sufría olas de calor que hacían décadas que no se daban, a decir verdad, en Córdoba siempre hacía ese calor en verano por mucho que las noticias retransmitieran otra cosa. Ese verano en concreto, se estaba haciendo especialmente largo, era habitual que durante el día estuvieran a 46 o 47 grados, y las noches tampoco ofrecían descanso, cuando corría algo de aire era caliente y nada apetecible. Ese verano no podían irse debido a los poco efectivos que quedaban disponibles, así es que la subinspectora Cristina y el inspector Rafael cogerían sus vacaciones correspondientes cuando llegase el invierno. Aquel puente de agosto les servía de desahogo para seguir soportando el tórrido y sofocante calor cordobés.

Cristina miraba los edificios vacíos o poco habitados de aquella calle inclinada donde esperaban, en frente un pequeño jardín con varios pinos frondosos verdes y la tierra llena de las piñas caídas y mordidas por las ardillas, junto con las agujas caídas de las ramas que formaban una gran alfombra ocre. Cuando alargaba la vista, tras los árboles, se divisaba en el horizonte montañas que se alzaban mostrando su majestuosidad. Rafael no veía nada, simplemente escuchaba atento las indicaciones que le daba a la otra familia para después poder investigar en internet y crear una ruta que introduciría en su reloj.

Se acercó para abrazarle, estaba feliz por poder estar a solas, sin miramientos y relajándose de tanto trabajo estresante. Rafael le correspondió rodeando su cintura, no obstante, su pensamiento seguía en otra parte, Cristina le cogió la cara con ambas manos.

—Tienes que aprender a desconectar y relajarte.

Sonrió y la besó suavemente, no era una persona que mostrase sus sentimientos en público, ella lo sabía y agradeció el gesto. Sabía que lo estaba intentando.

—Lo haré, lo prometido es deuda. —Dijo Rafael sonriendo.

—Ruego que no haga falta sacar las placa para nada, te lo digo en serio. El trabajo nos persigue allí dónde vamos —respondió Cristina en voz baja, aunque verdaderamente lo que le apetecía era gritarlo a los cuatro vientos.

Las últimas vacaciones de Rafael en Londres también fueron movidas y pasaron a convertirse en trabajo, eso sí con los gastos pagados. Ambos se quedaron sin vacaciones, ella en Córdoba llevando un caso y él en Londres colaborando en la investigación conjunta de ambos países en una serie de homicidios cometidos.

La familia que estaba atendiendo el agente inmobiliario salió a tropel de la inmobiliaria, los niños jugando y gritando como si no hubiese un mañana. A Rafael le molestaba de sobremanera que los niños alborotasen tanto y Cristina siempre le respondía lo mismo —son niños—, pero esa respuesta no le satisfacía.

El agente alargó la mano a Cristina y a Rafael para saludarlos, era un hombre menudo, con una barriga prominente, unos ojos vivarachos y con el don de la palabra de los típicos comerciales. Miró a la pareja y rápidamente se percató de que además de amor había una complicidad entre ellos, había electricidad, una conexión especial. Ella era una mujer moderna, con clase y de mirada vivaz, sin embargo, él era introvertido, muy educado, seguro de sí mismo y aparentaba poseer dotes sociales. Tenía la sensación que tras esa fachada había mucho más y eso le inquietaba un poco, ¿qué clase de cliente podía ser aquel tipo? Sea como fuere, le había pagado generosamente y había dado propina por adelantado. Tras explicarle dónde estaba la casa, y las normas generales, les dio la llave correspondiente.

 Rafael, leyó el documento dónde estaba escrito y subrayado que tenían la obligación de tirar la basura ellos mismos antes de desalojar la casa y la limpieza corría a cargo de ellos también. Miró atentamente a aquel individuo con mirada sonriente antes de dirigirle unas palabras en tono sereno y educado.

—Le he dado una gran propina, porque sinceramente queremos descansar y no hacer nada. Y cuando digo nada, es Nada.

—Entiendo, sin embargo, esas son las normas —confirmó nervioso e incómodo el agente.

Cristina miró a ambos, no entendía el comportamiento de Rafael. Cogió las normas escritas y las leyó rápidamente.

—No se preocupe, tiraremos la basura. No es ninguna molestia.

Ella no sabía la gran propina que Rafael había dado de antemano, quería descansar totalmente, sin responsabilidades, tan solo disfrutar. Así es, que volvió a tomar la palabra.

—Creo que le he dado una propina muy generosa para poder realizar una excepción a la norma, queremos limpieza diaria y despreocuparnos de todo totalmente.

—Sin querer ser maleducado, entonces tenía que haberse ido a un hotel —señaló el agente inmobiliario.

—Tiene razón, devuélvame el dinero. Voy a contratar una habitación en el hotel de cinco estrellas que he visto aquí al lado.

El hombre se quedó blanco y petrificado.

Cristina temía el numerito que estaba formando Rafael, aunque se percató que había tenido que ser una gran propina para que se comportase así. A veces, le salía su lado más clasista que ocultaba para poder trabajar adecuadamente.

—Bueno, no se altere. Haremos una excepción. ¿Pero cuándo sabremos que la empresa de limpieza puede ir a limpiar?

—Avisaremos con una hora de antelación, creo que es el tiempo estimado suficiente para poder desplazarse hasta la casa. ¿Le parece bien? —preguntó por cortesía, ya que daba por hecho que aceptaría el plazo.

No le quedó otra que aceptar, aun no pareciéndole tiempo suficiente para poder avisar a sus compañeras de limpieza. Aquel cliente había pagado dos veces el valor de las vacaciones, ahí estaba el truco. Esa casa estaba apartada de la estación de Prado Llano, era difícil de alquilar, así es que no le quedó otra que aceptar.

—Me parece correcto, lo único que debe tener en cuenta es que tardaran más de una hora en realizar la limpieza dadas las dimensiones de la casa.

—Es lógico.

Rafael alargó la mano para cerrar el trato. Cristina era nada más que una mera espectadora, se sentía fuera de lugar y avergonzada por la situación tan incómoda que acababa de vivir, también alargó la mano para estrechársela, el agente le apretó la mano mientras que con la otra envolvió la mano de Cristina, haciendo un sándwich con su mano, cosa que la incomodó.

Salieron de allí para dirigirse a uno de los restaurantes que estaban pegados al mirador de la montaña, se sentaron en los sillones de tela azul y cojines grisáceos y azules, su estructura estaba formada por palés de madera, tenían una mesa baja delante con un candil de estilo retro y una pequeña maceta de flores de lavanda. La sombrilla aportaba algo de sombra sobre sus cabezas, no hacía calor, sin embargo, el sol a semejante altitud quemaba la piel.

Estaban sentados y Cristina se apoyaba ligeramente en el hombro de Rafael mientras contemplaba aquellas maravillosas vistas, donde las montañas topaban con el cielo, jugando a hacerse cosquillas mutuamente. El camarero se acercó para tomar la comanda, pidieron y continuaron viendo aquel paisaje, junto con los chillidos de los niños que saltaban en la cama elástica del bar de al lado. Cristina tenía la sensación de estar rememorando las vacaciones de cuando era pequeña, no sabía si era la sensación de bienestar, el ruido de los niños, el aroma del ambiente, o la calma y la felicidad que se posee cuando eres pequeño y no tienes preocupaciones algunas.

—¿Por qué te has comportado así en la inmobiliaria?

—Quería que descansaras totalmente, sin preocupaciones, sin reloj.

—¿Sin reloj? Vamos, ambos sabemos que eres extremadamente metódico y eso implica horarios.

Rafael besó la frente de Cristina, los únicos horarios que vamos a tener serán para poder realizar rutas y que no nos pille la noche o el frío.

Aquello la encandiló, estaba totalmente enamorada de él.

—La noche prefiero que nos coja en la cama. Juntos —respondió con voz sensual y juguetona.

—Eso siempre.

Se fundieron en un beso, no tan apasionado como le gustaría a Cristina, pero sí más que el que daría habitualmente Rafael.

Iban en el coche y Cristina miraba extasiada el paisaje por la ventana. Por fin llegaron a la casa. Era una gran casa de madera principalmente, un gran porche con asientos de columpio les daba la bienvenida, dos grandes candiles de hierro forjado blanco a cada lado de la pequeña escalera que daba al porche, con maceteros de madera repletos de bonitas surfirias blancas y rosas colgaban de ellos, rebosando cual cascada sobre la barandilla. Una alfombra con letras escritas diciendo Sweet Home les animaba a entrar en la casa.

Rafael sonrió —Si no te importa…— abrió los brazos para indicarle que no podía abrir, mientras por dentro sonreía.

Cristina tenía los abrigos cogidos y miraba el jardín de aquella casa tan preciosa y de cuento, cuando se vio interrumpida por la mano de Rafael dándole la llave para que abriese la puerta.

—Perdona, no me había dado cuenta de que llevas las maletas y no puedes abrir.

Rafael envió un mensaje con anterioridad para que en la mesa centrada de aquel gran distribuidor hubiese un gran ramo de rosas rojas dentro del jarrón de cristal tallado. Su ajustada negociación casi echa a perder la sorpresa que le tenía preparada.

Abrió la puerta y allí estaba, ese hermoso ramo con una fragancia evocadora esperándolos. Cristina, soltó las llaves en la mesa, acarició los pétalos con suavidad y envolviendo una flor acercó la cara para poder embriagarse del aroma, se giró sobre si misma para besarlo, fue un beso de esos que te dejan sin aliento y que piden más que un simple abrazo. Rafael soltó las maletas, la cogió en brazos y subieron las anchas escaleras frontales para llegar a la habitación de matrimonio, donde la chimenea esperaba encendida, sobre la mesa del escritorio una botella de champagne enfriándose en la cubitera junto con dos copas listas para usar.

Había pasado prácticamente la mañana y tenían que ir a comer. Miró como Cristina dormía plácidamente, el mechón de pelo le ocultaba parte del rostro, tenía suerte de descansar tan bien siempre. Rafael, se colocó la ropa interior, se puso los calcetines para no andar sobre el suelo de madera y fue a inspeccionar la casa. Todo estaba en perfecto orden, únicamente había una puerta de entrada a la casa, contaba con cuatro habitaciones, dos baños, una piscina en la parte trasera con cubierta corredera para cuando hiciera frío y con agua climatizada, la cocina disponía de una isla central y una mesa para ocho comensales, demasiado grande para su gusto.

Comenzaba a sentir frío, abrió la maleta que se encontraba todavía en la entrada, la apoyó sobre el sofá de piel que había en el salón para abrirla y coger algo de ropa, se vistió con una camiseta y un pantalón corto esperando a que Cristi se despertase. Miró el reloj, prometió que no iría con horario, pero si la dejaba seguir durmiendo los restaurantes cerrarían la cocina y no podrían comer. Decidió subir de nuevo y poner fin al plácido sueño de ella.

Abrió los ojos y contempló el rostro de Rafael, miró a su alrededor entraba demasiada luz, fue entonces cuando cayó en la cuenta de que debía de ser tarde, en aquel instante su estómago rugió avisando que sentía hambre y que el amor no alimenta. Cristi sonrió tocándose la barriga.

—No me has despertado, ¿qué hora es?

—La perfecta para comer —Rafael miró el reloj para continuar diciendo —tienes media hora para arreglarte.

—Tan solo necesito quince minutos.

Fueron a la estación de Prado Llano a comer, todo había estado delicioso. Rafael había dejado preparada la bolsa de hidratación con: manta térmica, bebidas isotónicas, agua para ambos, aerosol de emergencia, gominolas con hidratos y cafeína, pañuelos, toallitas, chaquetas para el frío, botiquín de emergencia, bastones para andar, y la ruta planeada para ese día introducida en el reloj. Aparcaron el coche y comenzaron la ruta, era más complicada de lo que parecía para Cristina, con un desnivel de 400 metros, con gran cantidad de piedras sueltas y el aire cambiante de costado a frontal según  avanzaban, que parecía aullar cuando silbaba, colándose por cada pequeño recoveco de la ropa. Ella iba mirando donde pisar, Rafael le marcaba el camino yendo delante, Cristina se escurrió repetidamente debido al aire aun llevando los bastones.

La ruta se estaba alargando más de lo calculado, Rafael decidió que si no podían avanzar más aquel era el momento exacto en el que debían volver sobre sus pasos, ya que, la noche se les iba a echar encima, el sol comenzaría a esconderse en breve y mostrar sus últimos rayos. Por supuesto, llevaba frontales, no temía por él lo hacía por Cristi.

—¿Cómo vas? Cuando necesites beber dímelo.

—Bien, voy bien. Un poco mareada pero bien.

—Mareada, eso es deshidratación y la falta de oxígeno— pensó Rafael pero lo que dijo fue —Bebe un poco y toma una gominola.

Cristina le hizo caso, parecía una zombi. Le costaba pensar y andar.

—Vamos a volver —sentenció Rafa.

—No. De eso nada, puedo con esto y con más.

—Escúchame, en la montaña hay que tener cabeza y dejar atrás el orgullo.

A Cristina no le apetecía escuchar cuando se ponía en plan erudito, claro que, tampoco tenía ganas de discutir. Sin embargo, ella podía continuar, no era una mujer que se rindiera a la primera. Él tendría experiencia en la montaña pero ella sabía pelear ante las adversidades.

—Vamos a seguir, estoy bien. Ando más lenta que tú, pero eso no significa que no sea capaz de hacerlo. —Dijo a resuello y muy enfadada.

Rafa miró de nuevo la ruta.

—¡Ves aquel edificio! Es el refugio. Parece cerca, que no te engañe la vista todavía nos queda tres kilómetros.

—Eso no es nada.

Rafael pensó que tres Kilómetros a la altitud que estaban y con ese aire, podían ser como siete en cualquier otro terreno. Sacó una chaqueta y se la dio a Cristi para que se la colocase, extrajo unos guantes de los bolsillos que le insto a ponérselos.

—Ahora sí que estoy lista.

Continuaron avanzando, de vez en cuando Rafael se daba la vuelta para ver como continuaba ella andando. Cristi miraba al suelo para ver dónde apoyaba el pie, levantó la cabeza un instante para observar aquel sublime paisaje de montañas, dos ovejas andaban perdidas en mitad de la nada, se escuchaba el canto de las chicharras que desde hacía un buen rato parecían cantar más baja su sinfonía bajo el calor de las piedras. De repente, su pie izquierdo se deslizó, intentó retomar el equilibrio, no consiguió hincar los bastones entre las piedras y cayó de medio lado como un libro cuando le quitas el de al lado, cayó con un golpe seco sobre su costado y coxis. El golpe le dolió, tardó en reaccionar, cuando vio que Rafael ya estaba a su lado.

—¿Estás bien? —comenzó a palparle los brazos y las piernas hasta llegar a los tobillos.

—¡¡Ay!!

Ella nunca se quejaba, sabía que aquello era una mala señal.

—Duele mucho.

—¿Cuánto es mucho? ¿Crees que te lo has roto?

—Espera —dijo mientras respiraba e intentaba mover el pie y los dedos dentro del calzado de montaña. —No está roto. Es el tobillo.

Cristi fue a quitarse el calzado cuando Rafael la detuvo.

—Como te lo quites, se va a inflamar y no podrás calzarte después.

—Tienes razón, es el instinto para intentar calmar el dolor. Bien, ¿Y ahora qué hacemos?

Rafael, miró el camino, hacia arriba no podía continuar y hacia abajo tenía que retener la inclinación del cuerpo con una única pierna. Por otro lado, estaban más cerca del refugio que del coche.

—Si puedes continuar, yo te serviré de apoyo. En caso de que no puedas hay que llamar a emergencias para que manden un helicóptero.

—Vaya, esta vez quién arruina las vacaciones soy yo y no el trabajo. —dijo con tono pesaroso y sonrisa irónica.

—Escúchame, tú nunca arruinarás nada en mi vida. Sólo hay un cambio de planes. ¿Te ves capaz de seguir o llamamos a emergencias? No te hagas la valiente.

—Es un esguince, no es grave.

—Depende del entorno, en la ciudad no es grave, en la montaña sí. —contempló lo que quedaba para llegar al refugio, estudió las posibilidades y pensó que era lo más adecuado.

—¿Tú qué opinas? —preguntó a regañadientes Cristina.

Él sabía que le costaba mucho ceder.

—Según donde nos encontramos creo que lo más adecuado es continuar hasta el refugio, sin embargo, no sé el grado de dolor que tienes. —miró al tobillo y después a los ojos de ella que estaban a punto de desbordar una lágrima y, no era de dolor, era de rabia contenida por arruinar las vacaciones.

—Sigamos —rugió mientras se intentaba levantar sola.

Rafael, la ayudó y fue caminando a su lado y delante cuando la ocasión lo requería.

Aquel tramo se le estaba haciendo insoportable, los cuádriceps se le cargaban, y el trapecio también comenzó a dolerle hasta que llegó a la nuca. Ya no había ni una parte de su cuerpo que no le doliera, incluidas las manos por apretar los bastones, quizás la cara era lo único que no sentía dolor excepto por el azote del viento sobre ella.

Fueron parando para beber agua y bebida isotónica, Rafael le ajustó el gorro de la chaqueta a la cara, le colocó la braga del cuello hasta la nariz y le quitó las gafas de sol que en vez de ayudar lo que estaban consiguiendo era impedir ver bien.

            —Ya llegamos, venga. Nos queda cien metros.

            Cristina no podía más, estaba al límite de sus fuerzas y Rafael lo sabía, aunque escondía su preocupación.

            Por fin llegaron, giraron el pomo y entraron. Nunca mejor dicho, un refugio ante la grandeza y la soledad de la montaña. El suelo era de barro, las paredes blancas, el salón estaba nada más entrar al lado izquierdo, en frente de la puerta de entrada dos escalones llevaban al baño, y otros dos escalones situados a la izquierda de la puerta del baño daban al dormitorio donde había varias camas, algo poco común ya que en los refugios las camas habitualmente son un armazón de cemento para colocar los sacos, pero allí había camas con colchones.

Entraron al salón, y se sentaron en el sofá que estaba muy cuidado.

            —Bien, llegó la hora.

            Rafael la miró y comenzó a desabrochar los cordones del calzado que debido a la inflamación estaban más apretados de lo normal, Cristina estaba sentada con ambas manos apoyadas en el asiento del sofá, no quería relajarse todavía.

            —Cuando te diga coge aire por la nariz para después ir soltándolo poco a poco por la boca.

            Cristi gesticuló con la cabeza, asintiendo.

            Rafael ya había desabrochado los cordones,  mientras aflojaba el calzado ensanchó un poco más para poder sacar el pie inflamado de ella con suavidad comenzó a indicarle…

            —Toma aire por la nariz ahora.

            Sujetó el tobillo y agarró la zapatilla de deporte por detrás para tirar hacia fuera.

            —Suelta el aire despacio… por la boca.

            Comenzó a extraer la zapatilla y Cristina seguía exhalando aire mientras soportaba el dolor.

            —¡Ay, ay, ay!

            —Está muy inflamado, mañana llamaremos para que vengan a recogernos o aviso ahora mismo. —Rafael miró al exterior, estaba diluviando.

            —Una aventura más, nos quedamos aquí —dijo Cristina sonriendo.

            —Ahora vengo.

            Cristi le siguió con la mirada para comprobar que se alejaba hacia la puerta y volver a entrar sin aparentemente nada.

            —¿Adónde has ido?

            —A ver las estrellas.

            —¡¿Cómo, sin mí?! —exclamó Cristi intentando sonreír, tenía la cara blanca por el dolor y el cansancio.

            Rafael abrió la mochila extrajo las mantas térmicas, dos bocadillos y miró el agua que quedaba, él apenas bebía, así es que con beber un poco aguantaría, además había una manguera en el exterior. Sacó un pequeño botiquín que ella le había regalado con: vendas, esparadrapo, tijeras y tiritas.

Volvió a salir para coger el pañuelo que había dejado anteriormente, estaba empapado en agua helada casi congelado, sacó el bocadillo de la bolsa, metió el pañuelo dentro de la misma y la colocó alrededor del tobillo y del pie de Cristina. Entre tanto, ella lo miraba asombrada por la capacidad de reacción que tenía ante las adversidades.

Rafael se sentó a su lado, colocando los pies de ella sobre sus piernas. Ambos se taparon con la manta térmica, repartió los bocadillos, sacó un paracetamol y antiinflamatorio para que se los tomase. Le quitó la bolsa con el trapo empapado y con sumo cuidado le vendó el tobillo. En aquel instante, Cristina se alegró de que Rafael fuese tan previsor y metódico.

            —¡Te quiero! —dijo Cristina.

            —Yo también, querida mía.

            …

            —¡No me vas a decir que soy un cursi, ni nada!. Vaya, eso me asusta.

            —Me he quedado sin replica alguna.

            —Estás cansada. Lo siento, no lo he planeado bien.

            —¿Sabes qué? Dios es el estratega y nosotros meros peones en la partida. Jugamos creyendo decidir, en realidad únicamente elegimos dentro de las opciones que se nos dan.

            Pasaron la noche allí juntos, Rafael velando por ella, en guardia. Aunque eran mucho mejor que las que tenía que realizar en el trabajo, no eran comparables para nada.

Había amanecido y continuaba lloviendo. El tobillo de Cristina seguía inflamado, no más que la noche anterior. Rafael llamó al agente inmobiliario, el cual les proporcionó un taxi, Cristina se negaba a llamar al servicio de emergencia, le daba vergüenza por —semejante estupidez— según palabras suyas.

            Llegaron por fin a la casa vacacional tras haberle visto el tobillo un médico, tenía un esguince de tercer grado, con inflamación y hematomas, pero sin nada roto.

Cristina decidió continuar sus vacaciones allí junto a Rafael, por nada del mundo le iban a quitar esas pequeñas vacaciones de agosto. Lo que ella no sabía es que, él llamó a su jefe y alargó las vacaciones todo un mes.

Rafael contrató a un cocinero además del servicio de limpieza, con la condición de que tendrían que limpiar estando ellos allí. Sus vacaciones fueron de restaurantes, cenas en casa, la piscina cubierta de la casa les aportó más que algún momento de felicidad.

Ella continuó durmiendo plácidamente por las noches a pesar del dolor físico porque en el emocional estaba saciada.

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